<<CAPÍTULO 4>>
Mientras contemplaba cómo se alejaban ambos magos ladera abajo el cazador advirtió que unas nubes habían aparecido en el cielo. Por experiencia sabía que en regiones montañosas unas pocas nubes podían convertirse en cuestión de minutos en una gran tormenta, o en un enorme banco de niebla que hacía imposible continuar caminando. A pesar de haber estado cinco horas buscando a Pyrokar, había recorrido poca distancia y él lo sabía. Faltaban al menos cuatro quintas partes del camino. El desfiladero de Ágras tenía tres partes. La primera estaba formada por un viejo bosque de pinos a la derecha del camino, y a la izquierda un peligroso precipicio desde donde se divisaba el monasterio. Durante la búsqueda del novicio, Xardas y él habían estado dando vueltas por el pinar y las cortadas de aquella zona. Al atardecer, el cazador encendió una hoguera y se preparó para pasar la noche. La búsqueda enloquecida que habían hecho por la mañana le había destrozado los pies y no podía continuar debido al cansancio. Sus peores temores se hicieron realidad cuando vio que el cielo estaba completamente cubierto por una capa grisácea de nubes y empezaba a chispear. Sin embargo se reconfortó al divisar a lo lejos la Boca del Lobo, la segunda parte del desfiladero.
La montaña se abría en dos para dejar paso a un estrecho cañón flanqueado por crestas y rocas afiladas. El camino en la Boca había desaparecido, sustituido por una capa verde de prado de montaña , sin embargo, el camino y las balizas no eran necesarios pues las rocas afiladas de los lados guiaban directas hacia el puerto de montaña, haciendo que fuese imposible perderse, incluso con niebla.
La historia de Ágras, el misericordioso, se remonta a dos mil años antes de la llegada de Rhobar a Myrtana. Por aquel entonces, los seguidores de Innos vivían alejados, en las remotas Islas del Sur, y las tierras de Myrtana en su mayoría estaban colonizadas por seguidores de Adanos, el dios de la balanza y el conocimiento. Organizados en ciudades-Estado y tribus, los seguidores de Adanos eran independientes entre sí pero unidos en el conocimiento y en la guerra contra los enemigos. Su civilización era muy avanzada y contaban con diversas bibliotecas y archivos para expandir el conocimiento tal y cómo Adanos les había enseñado. Ágras, el intrépido viajero, sacerdote de Adanos y mago del Agua pasaba su vida viajando de ciudad en ciudad para llevar y compartir conocimientos. Cuando los orcos de Yereván atacaron las tribus centrales de Myrtana y sitiaron la ciudad de Läzharian (Laran), Adanos quiso recompensar a Ágras e hizo aparecer del firmamento un rayo que quebró las Montañas Altas en mitad de la cordillera, creando un paso natural que salvaba dos mil metros respecto de las cumbres. Con aquella clara ventaja, los ejércitos de Adanos que estaban al otro lado cruzaron la sierra y destrozaron a su enemigo. Y en agradecimiento por aquel don del cielo, se edificó un templo a Adanos en las laderas del puerto, desde donde se atendía a los comerciantes y viajeros, y se recopilaba la historia de los dioses y la Creación del mundo. Mil años después la decadencia de los hombres y el devenir del mundo supuso el final del templo, pues un clan orco llegado de Khorinis estaba destinado a imponerse a aquella brillante cultura e imponerse como el único clan orco de Myrtana. El paso no dejó de utilizarse hasta centurias después de aparecer los primeros seguidores de Innos en el continente, sin embargo el Templo de las Cumbres quedó abandonado para siempre.
Al alba el cazador se despertó, había una niebla muy densa que no dejaba ver más allá de veinte metros, maldiciendo a los cielos con improperios el cazador recogió sus cosas y se puso en marcha. A la entrada de la Boca había una pequeña fuga de agua en una de las paredes formando un pequeño arroyo, el cazador rellenó su cantimplora de cuero con el agua de la montaña y siguió caminando. Mientras andaba por el sendero verde de la Boca empezó a pensar en el Tesoro de parias que el conde había escondido. Sacó el viejo diario y empezó a leer. A partir del hallazgo en “la fortaleza de la montaña dormida” la ortografía dejaba mucho que desear; las letras parecían dibujos amorfos y las pocas cosas que había conseguido traducir no tenían ningún sentido. Se puso a conciencia a intentar traducirlo como si de un acertijo para niños se tratase. Después de dos horas de darle vueltas, consiguió entender parcialmente lo que el conde había escrito en ese estado de locura demente. Irónicamente, sus últimas palabras en el diario decían: “Mala suerte mundo, estoy cavando mi propia tumba” como si los dioses le hubiesen dejado para su último momento un momento de lucidez y cordura. Al cazador le vino a la cabeza el túmulo funerario que había encontrado en el bosque hace dos años y que había desencadenado todo ese viaje. Un poco antes de esa parte mencionaba algo de “una aldea muy feliz”,
-Tabriz, sin duda, pensó. También mencionaba “estar de paseo por las montañas con sus dos amigos”,
-Supongo que cuando escribió esto estaban pasando por aquí, dijo para sus adentros. Al ver el estado de demencia que tenía el conde cuando escribió aquellas notas y recordando que aquellos tres individuos se habían convertido en abominables no muertos se preguntó si habría algún tipo de maldición sobre el tesoro. Empezó a revisar el diario y volvió a leerse la parte en la que, aún cuerdo, hablaba de la fortaleza misteriosa. Empezó a leer en voz alta para concentrarse:
-Después de varios días andando con mis fieles vasallos, cargados con estas riquezas, hemos hallado un paraje misterioso en las montañas. Hemos atravesado un enorme bosque y ahora estamos ante la fortaleza de la Montaña Dormida; es muy bonita, pero por desgracia está completamente en ruinas. ¡Qué esplendoroso castillo sería de conservarse como el primer día!
Bueno, aquí hay unas manchas y no puedo leer lo que pone.
Bla, bla, bla, vale aquí continúa: Hemos dejado las riquezas en la torre del homenaje, el único lugar de la fortaleza bien conservado. Ásfer y Eldron han sido unos buenos caballeros todo este tiempo, cuando recupere mi poder y elimine al cerdo de Mirna y a los bastardos que me traicionaron seré el monarca más poderoso de Myrtana y les concederé algún condado por los buenos servicios. Hemos matado a una de las mulas, después de estos tres o cuatro días caminando, ya ni me acuerdo, nos merecemos comida digna y no los asquerosos hierbajos que hemos estado comiendo, eso es comida para el populacho, que no merece otra cosa.
Registrando la fortaleza, hemos encontrado lo que parecían unas bodegas pero han resultado ser las catacumbas del castillo. Al fondo del pasillo se ve una luz azul... qué extraño.
Aquí ha dejado un espacio en blanco y aquí concluye diciendo:
Este tesoro es magnífico, es increíble...Leer todo aquello le dejó mal cuerpo, fuese lo que fuese lo que había en la necrópolis de la fortaleza le había hecho volverse loco. Eso en parte era bueno, pues le dejaba claro que el tesoro propio del conde, el que había cargado desde Laran, no era el causante de la demencia.
Mientras guardaba nuevamente el diario, aparecieron de entre la niebla unas pequeñas criaturas con porras y espadas corriendo directas hacia él, medirían menos de un metro, su piel era escamosa como la de un reptil y tenían una cara demoníaca, con facciones agresivas, dientes puntiagudos y ojos felinos. Iban parcialmente desnudos, como si las bajas temperaturas de las montañas no les importase en absoluto. El cazador, al ver semejante horda de monstruos, se dio la vuelta y echó a correr, mientras sacaba su arco y preparaba las flechas. Después de correr cien metros se giró rápidamente, con el arco apuntando en dirección a la niebla. Las pequeñas bestias se movían hacia él, podía oírlas. De la niebla apareció súbitamente la silueta de una de esas bestias. Sin pensárselo si quiera disparó, acertándole en el esternón. Cuando preparaba su segunda flecha cinco criaturas más empezaron a dibujarse. El cazador disparaba tan rápido como podía pero al ver que no podía contenerlos arrojó el arco a un lado y desenvainó su espada. Las pequeñas bestias eran fáciles de matar, con un golpe a dos manos le partió la cabeza a una de ellas y al ver que una de las criaturas se posicionaba por detrás hizo un movimiento lateral con la espada, cortándole el brazo. En el momento en el que recuperaba su posición inicial sintió un pinchazo en el tendón de la corva (parte de la pierna opuesta a la rodilla por donde se dobla), que le hizo quedarse de rodillas involuntariamente. En ese momento uno de los trasgos le dio un espadazo en el cráneo, haciéndole brotar sangre de la parte frontal de la cabeza. En un acto reflejo agarró bien la espada e hizo un movimiento envolvente sobre las tres criaturas alrededor de él matándolas en el acto. Con una mirada de odio y cayéndole la sangre por un lado de la cara se lanzó sobre el último de ellos, partiéndole por la mitad.
El cazador recuperó su arco del suelo y empezó a caminar nuevamente, detrás de él se había formado un río rojo que bajaba tranquilamente la ladera. La cabeza le ardía y podía ver como una hilera de sangre le caía por el pelo. Cuando caminaba, el dolor de la pierna no le dejaba estirarla completamente. Cuando había dado cincuenta pasos y se encontraba mareadísimo por el dolor vio una oquedad en la roca. Los trasgos habían usado la cueva como vivienda. Dentro encontró cachibaches y cosas inútiles, unas pocas monedas de oro y un pergamino de curación; parece ser que los trasgos habían robado algunas mercancías de antiguos mercaderes que habían tratado de atravesar el paso. Salió de la cueva; seguía chispeando. Cogió el pergamino e intentó usarlo. Nunca había hecho magia, sin embargo supo que estaba funcionando cuando ante sus ojos vio como el pergamino que tenía en las manos se desintegraba y se convertía en un aura mágica de color azul con diferentes tonalidades. El aura era muy hermoso y súbitamente una energía extraña se apoderó de su maltrecho cuerpo. El cazador sentía el poder de los dioses en su interior y le pareció una experiencia increíble. Tras unos segundos de contemplación, deseó curarse y la energía mágica de su cuerpo le levantó y le hizo levitar durante un par de segundos, mientras notaba cómo los dolores de la cabeza y la pierna cesaban. Bajó al suelo nuevamente y empezó a sentir que el poder se desvanecía. Le había parecido una experiencia única e inolvidable. Al anochecer salió de la Boca del Lobo, la tercera parte era la de ascensión al puerto. El cañón desaparecía de repente para dejar lugar a un extensa tierra yerma, sin casi vegetación debido a la altura. En los meses invernales es frecuente que esta parte del desfiladero se cubra completamente de nieve. Sin embargo, las cumbres que flanquean el puerto, que tienen aproximadamente dos mil metros de altura más que el puerto tienen siempre nieves perpetuas en sus cimas.
En medio del camino al puerto había un grupo de bandidos, alrededor de varias fogatas, su número era muy elevado, alrededor de treinta, calculó el cazador, y aunque parecían muy borrachos ni se le pasó por la cabeza emprenderla a espadazos: eran demasiados. Bordeó por uno de los lados teniendo a su favor que había anochecido y lo único que iluminaba eran las estrellas en el firmamento; la niebla había desaparecido. Cuando les hubo bordeado echó a correr y no se detuvo hasta tres horas después para descansar en una roca bien protegida del viento. A la mañana siguiente no había ni rastro de nubes en el cielo y, para su sorpresa, el puerto se veía muy cerca, a una hora de distancia. Cuando llegó hasta el puerto se quedó mirando en las dos direcciones. El paisaje era hermoso, como una puerta abierta entre dos mundos. Por el lado que venía se contemplaban los Llanos y el océano, por el otro el valle de Laran, con las Montañas Viejas al fondo y en el medio un mar de nubes que cubría todo el interior del valle. Un sentimiento de satisfacción recorrió su cuerpo, cada vez estaba más cerca de su destino. Cerca del camino había unas viejas ruinas, lo que en otros tiempos había sido el Templo de Adanos. En su interior encontró un mural, que por extrañas razones se había conservado perfectamente. El mural hablaba de la creación del mundo, de cómo se creó el Caos Primigenio, y de cómo apareció Innos para crear la luz del sol y el mundo, donde hizo que morasen todas sus criaturas, y de cómo se dividió para crear a sus hermanos Beliar y Adanos.
Con dirección al valle, el cazador dejó el desfiladero de Ágras.