Drazul Paladín de Alto Orden
Mensajes : 4367 Fecha de inscripción : 07/03/2009 Localización : En la playita de Cabo Dun x'D Humor : Funesto Palmares :
| Tema: Historias desde La Isla Dom 13 Sep 2009, 09:38 | |
| I La Profecía.
La gente, indiferente, pasaba al lado de la andrajosa figura que desafiaba al sol frente a un muro encalado. "Os digo que todos estamos condenados," gritaba sin importarle que nadie le escuchase. "Los dioses han abandonado la isla. ¡El mal se ha despertado! ¡La Llama Sagrada no puede protegernos para siempre por sí sola!" Nadie se paraba. La gente tenía sus propios problemas. Los negocios no andaban bien desde que habían cerrado la ciudad. El predicador no callaba. "¡Hemos recibido tres señales!", gritaba bruscamente, "¡Tres señales!" "Primero fueron los terremotos, a los que nadie prestó atención. Luego los templos paganos, tampoco escuchó nadie. Fueron saqueados y vosotros mismos los habéis profanado con tal de haceros con sus baratijas. Las bestias fueron la tercera señal. Tres señales. Los dioses nos han abandonado y la Llama Sagrada se apagará dentro de poco. Surgirán nuevos poderes. ¡Se acerca el final!"
II Un nuevo héroe.
"Oye, ¿te has enterado?", le dijo a Philus su robusto compañero cuando entró en la taberna. "Dicen que hay alguien en la isla a quien la Inquisición no ha atrapado todavía. Nadie sabe de dónde viene." Por fin de vuelta en el Gyrger Alegre y tras una aburrida jornada, Philus le contestó malhumorado: "¿Y qué? Será un bandido, no es el único.", refunfuñó. "No, no es uno de los hombres del Don." susurró el hombre gordo. "Pero anda husmeando por ahí en los templos y yo qué sé dónde más." "¿Y? No es el primero que lo hace.", contestó Philus enfadado. Tenía otras preocupaciones, nadie compraba su pescado. "Sí, pero a diferencia de los otros, éste vuelve. Dicen que mide más de un metro ochenta, eso es lo que me ha dicho un granjero de los Arroyos." "Tonterías, eso es imposible." "¿Por qué?" "Porque los pasadizos de los templos no son tan altos. Se habría dado un golpe en la cabeza y llevaría tiempo alimentando a los gusanos, igual que los otros.", era la lógica aplastante de Philus. "Bah, tú qué sabrás..." "Me supera. Anda, invítame a una cerveza. He tenido un mal día."
III La Inquisición.
La ciudad había cambiado desde que la Inquisición tenía el control. El hombre gordo se sentó en un banco fuera del Gyrger Alegre. Cid estaba junto a él "Amigo, mi parienta está encaprichada con un collar de perlas. ¿Cómo voy a conseguir uno ahora?", se quejó Cid. "¿Y me preguntas a mí? Eso nunca ha sido un problema para ti y los muchachos."
"Sí, pero entonces no teníamos al maldito Inquisidor.", dijo el bandido. "Y podíamos hacer negocios con los guardias de la ciudad. Imagínate, hace poco cogieron a Rodríguez y le llevaron al monasterio con el Inquisidor. Cuando volvió, era una persona distinta, parecía que lo habían cambiado por otro. Y ahora incluso dice que va a delatarme si me meto en asuntos turbios otra vez. ¡Rodríguez! ¡Precisamente Rodríguez! Es para preocuparse. El Inquisidor te mira cara a cara con su ojo mágico y te convierte en otro. Luego te maneja a su antojo. No puedes confiar en él. Estoy seguro de que sabe mucho más de los templos y los monstruos de lo que dice."
El hombre gordo no dijo nada, era demasiado para él.
IV En el Gyrger Alegre.
La puerta abierta del Gyrger Alegre dejaba entrar algo de luz. Un pequeño rectángulo brillaba en el suelo y era lo único que recordaba a los que estaban dentro que en la isla todavía hacía un sol de justicia. Pero el rectángulo se oscureció cuando un nuevo cliente entró en la taberna. "Oye, forastero, siéntate con nosotros.", gruño un tipo fortachón al recién llegado. "Nos gustan las caras nuevas que traen historias nuevas." "Supongo que conoces a todo el mundo en la ciudad." contestó el forastero. "Supones bien. He estado atrapado aquí desde que las Togas Blancas cerraron las puertas. Pero nunca te he visto antes. ¿Qué estás haciendo en la ciudad?" "Ojalá lo supiera..." "Ah, un inocente.", bromeó el grandullón. "Si lo que quieres es adquirir conocimientos, ve a ver al maestro Belschwur. Aquí lo único que puedes hacer es beber." "¿El maestro Belschwur?" "¡Sí, el mago! Puede contártelo todo sobre la Llama Sagrada y los dioses. Los dioses se fueron, pero dejaron la Llama Sagrada como muestra de que todavía protegen la isla. Pero nadie sabe cuánto tiempo seguirá encendida, los poderes oscuros de los que nos protegían los dioses cada vez son más fuertes. Los templos y todo eso. ¿Pero quién soy yo para hablar? Solo soy un pescador."
V Aventura mortal.
Tres hombres intentan recorrer un pasadizo descendiente y estrecho. "¿Quieres saber lo que pienso?", preguntó Olf, pico al hombro. "No, la verdad es que no.", gruñó Dytar. "Sube bien la antorcha para que podamos ver las trampas." "Te lo diré de todas maneras." dijo el primero. "Tengo el presentimiento de que vamos a encontrar mucho oro. Puedo sentirlo en el meñique." "Ah, en el último templo era tu dedo gordo. No te aclaras.", se quejó Dirk, que llevaba varias palas. "Y tampoco encontramos nada." "Ya, eso fue porque los muchachos de la Orden fueron más rápidos que nosotros. Pero aquí no ha venido nadie todavía." "Alégrate de que no nos hayan pillado fuera de la ciudad." "¡Oye, cuidado! ¡Para!" dijo Dytar poniendo fin a la discusión. "¿No ves ese junta, imbécil? Esa placa tiene algo raro, seguro que es otra trampilla." "Bueno, mejor que esos pinchos que hemos visto antes." A lo lejos se oyó un rugido. Luego lo que parecía el sonido de clavos raspando una piedra, cada vez más cerca. "¿Qué ha sido eso?" susurró Olf. "¿Lo habéis oído?" "No estamos sordos.", dijo Dirk en voz baja.
VI El Don y susseguidores.
El aire está cubierto de velos de humo. Una niebla húmeda y densa indicaba que el humo no iba a irse. Unos hombres tosían. "¡Maldita sopa!", dijo uno de ellos. "¿Cuál? ¿La de Rachel?", dijo sorprendido un segundo. "No, gracioso, la niebla.", contestó repentinamente el primero. "¡Maldita ciénaga!" dijo el segundo queriendo corregir a su compañero. "¡Maldito Inquisidor!" Un tercero, que hasta entonces se había mantenido en silencio, nombro la raíz de todos los males. Cuando el Inquisidor y su gente llegaron a la isla, el Don escapó de la ciudad para refugiarse en la ciénaga. Allí seguía siendo su propio amo y no tenía que obedecer las órdenes de los nuevos señores. Allí gobernaba entre los suyos, en una ciénaga maloliente y en un antiguo templo en ruinas lleno de monstruos. Quería hacerse a un lado hasta que el Inquisidor abandonase su ciudad. Hasta entonces, el Don viviría en el salón del primer templo. "¿Ha salido algo del templo hoy?", preguntó alguien. "¿Alguna criatura? No. Los pasadizos delanteros están despejados. Fincher los inspeccionó ayer otra vez." "Ah." Se callaron de nuevo. La intensa niebla era deprimente. Los hombres estaban de mal humor. "¿Alguna noticia de la ciudad?" "No, nada." "Cuando volvamos a la ciudad..." Todos suspiraron despacio y volvieron a sus pensamientos mientras se iban pasando una botella.
« Quelles sont les nouvelles en ville ? — Pas très fraîches. — Quand on aura repris le contrôle de la ville... » Les trois hommes soupirèrent à l'unisson, puis replongèrent chacun dans leurs pensées, non sans faire circuler une bouteille de main en main.
VII Maestro del filo.
"¡Oye! No menees la espada así. ¿Qué te tengo dicho?". Edgar se apoyó en la piedra de afilar e hizo un gesto compasivo. El viejo maestro de la espada se había escondido tras las sombras de un muro para observar a su alumno y volvió a explicárselo todo de nuevo: "Sostén la espada con calma. Sujeta la empuñadura firmemente para evitar que se te caiga con el primer golpe de tu adversario. El filo debe apuntar hacia él". El alumno de Edgar trató de seguir las indicaciones, para satisfacción del maestro.
"Y no estés tan rígido y estirado. Te da un aspecto terrible". "¿Y cuándo podré enfrentarme a alguien por fin?", farfulló el joven, a quien le aburría tanta teoría. “¡Quiero matar a una bestia parda!". Edgar se rio. "Jovencito, sácate esa idea de la cabeza. Lo primero que necesitas aprender son los aspectos básicos del ataque y la defensa. Cuando hayas entendido perfectamente eso, podrás entrenar una serie de golpes para que tu rival no tenga opción alguna. Después tendrás que mejorar tu movimiento de pies para saber esquivar. Finalmente, aprenderás a minimizar los bloqueos de tu enemigo". Edgar hizo una pausa a propósito. "Y entonces, jovencito, quizás puedas empezar a plantearte el luchar contra alguna bestia. La gente es predecible, puedes estudiar su comportamiento y anticipar sus ataques. Sin embargo, los monstruos reaccionan de forma inesperada y vencerlos a ellos es otra historia. Estás muy lejos todavía de llegar a ese punto".
VIII Sombra de la noche.
La noche fue perfecta. La luna desapareció entre un manto de nubes que había deslizado la brisa del mar. Hasta los blancos muros de las casas, que tanto brillaban y resplandecían durante el día, ahora se llenaban de oscuridad. El vigilante nocturno ya se había marchado y no volvería a hacer las siguientes rondas en un buen rato. De pronto, una sombra se desprendió de una esquina en la oscuridad. Sin hacer ruido, recorrió rápidamente el lateral de una casa y giró hacia un callejón. Un punto incandescente anunció la última calada de un cigarrillo y, a continuación, la sombra trepó por una cuerda, escaló hasta el tejado y se introdujo en la ventana de una casa cercana.
Su respiración tranquila dejaba claro que no tenía miedo de llamar la atención de los inquilinos. A los pies de la cama se encontraba una caja con las pertenencias. La gente es muy trasparente y lo iba a demostrar ahora cuando probase la combinación del candado que le había dado su informador. La ganzúa accionó silenciosamente el cierre y la tapa se abrió con un chirrido. Su respiración uniforme quedó muda de pronto. El ladrón permaneció inmóvil. "¡Maldición!", pensó para su mismo mientras contenía el aliento. Sin embargo, un estruendoso ronquido le libró de toda la tensión. Con cuidado y muy despacio, fue vaciando el arcón en busca del antiguo y valioso amuleto que su cliente quería.
IX Huesos sin reposo.
Con fuertes jadeos, el hombre trataba de pasar por el estrecho camino de la cueva. Se oía un tintineo metálico tras él, como si una espada estuviera golpeando una cota de malla. "Otra vez no", suspiraron los labios del intruso. Tras haberse deshecho de unos lobos en la entrada de la puerta y después de unos necrófagos, el siguiente adversario lo estaba esperando allí. El parpadeo de la antorcha iluminó un ensanche de la cueva que se asemejaba a una especie de salón. El sonido de los pasos que lo perseguían le recordó que tenía que desenfundar su espada. Justo a tiempo, pues de las sombras salió esqueleto amarillento. Del pecho colgaba una malla hecha jirones que le llegaba hasta la pelvis. Las cuencas de los ojos, vacías, se clavaban en él. O quizás no, ¿quién podría afirmarlo? Con la espada en alto, en silencio y mientras las articulaciones le crujían, el esqueleto corrió hacia él.
Los restos de un guerrero desgraciado habían vuelto a la vida gracias a la magia. Sus primeros ataques golpearon la espada del intruso, que se erguía para defenderse. Un contragolpe, una maniobra, un ataque por la izquierda; el esqueleto no paraba de golpear. Lo hacía mecánicamente, como si lo hubiera aprendido. ¿O sería magia? Un paso rápido a un lado, un golpe por la izquierda, giro, un golpe por la derecha, desde arriba después. Y vuelta a empezar. Los huesos se astillaron y el esqueleto quedó destruido en pedazos. Su malla oxidada se arrugó y cayó al suelo. La calavera fue después, coronando la cima de esta pirámide de restos. La espada dentada desapareció en la oscuridad de una curva. "Sigamos".
X El escriba.
Notó cómo le empezaban a sudar las manos. Las primeras gotas aparecieron en su frente. Seguramente, caerían en el pergamino de nuevo y todo lo que había escrito terminaría emborronándose. El maestro Illumar lo reprendería, como siempre. "¿Por qué me pasa siempre a mí?", se preguntó Jervis. Miró al resto de novicios de reojo. Escribían diligentemente en sus escritorios los conjuros mágicos que debían aprender, como si fuera lo más fácil del mundo.
Jervis, sin embargo, se conformaba con acordarse de los ingredientes para los conjuros Levitación, Transformación en nautilo o, incluso, Luz. ¿Para qué se necesitaba el colmillo de jabalí? ¿Y para qué harían falta unas alas de polilla fúnebre? Jervis suspiró. La magia de cristales era mucho más fácil que esta abominable magia de runas. Para lograr un conjuro, solo hacía falta un cristal. Tan solo tenías que practicar por tu cuenta para mejorarlo. Sin embargo, con las runas hacía falta todo tipo de ingredientes para crear un pergamino. Nada que ver con una runa. Jervis trató de recordar lo que le había dicho el día anterior el maestro Illumar y comenzó a escribir antes de que el pergamino se empapase totalmente.
XI Robo
El desgarbado hombre ya estaba esperando en la esquina cuando apareció con un saco sobre los hombros. "¿Traes una azada, o mejor una pala?", preguntó con impaciencia. “Claro, es lo que me habías pedido: una buena pala directamente del campamento del puerto". Exclamó sacando con orgullo la pala. "¿Del campamento del puerto? ¿Ha estado Carasco regalando cosas del campamento de la Inquisición?" "No, la he conseguido yo mismo", su ayudante sonrió y se rascó la barbilla relajadamente. "¿Te ha seguido alguien? Si las Togas Blancas nos encuentran con la pala, vamos a tener problemas", gruñó enfadado el hombre larguirucho.
"Los vamos a tener igualmente si nos cogen fuera de la ciudad", dijo su compañero tranquilamente. "Con o sin la pala. ¿Tenemos el mapa del tesoro?" "¡Claro! ¿Y tú has sobornado al guardia para que podamos salir de la ciudad?" "Claro", respondió inmediatamente. "Ten cuidado, el tesoro está cerca de una tumba. Puede que algún no muerto ande rondando por allí. Tiene que ser un lugar claro, sin hierba. Debemos cavar allí si queremos encontrar algo". "¿Quién ha dicho eso?" "Ese viejo decrépito al que hice nadar en ron en el Gyrger Alegre". "¿Y qué se supone que vamos a encontrar?" "Que yo sepa, cacharros antiguos. Cualquier cosa que podamos robar. A Delgado le vale cualquier cosa". Mas informacion en el blog oficial.
Última edición por Drazul el Mar 06 Oct 2009, 18:44, editado 2 veces | |
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Milten Magnate del Mineral
Mensajes : 1777 Fecha de inscripción : 09/03/2009 Localización : En Nordmar, en el monasterio de los magos de fuego, calentandome mientras arden los cuerpos de esos débiles siervos del segundón beliar
| Tema: Re: Historias desde La Isla Mar 22 Sep 2009, 22:37 | |
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Milten Magnate del Mineral
Mensajes : 1777 Fecha de inscripción : 09/03/2009 Localización : En Nordmar, en el monasterio de los magos de fuego, calentandome mientras arden los cuerpos de esos débiles siervos del segundón beliar
| Tema: Re: Historias desde La Isla Miér 23 Sep 2009, 01:53 | |
| que precision jajaja
y ante todo gracias por traernoslas calentitas y recien salidas del horno | |
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Zacunismo Caballero
Mensajes : 910 Fecha de inscripción : 05/07/2009 Localización : En Khorinis recordando viejos tiempos Empleo /Ocio : Paladín de rango medio Humor : Que le dice Diego a Gorn: Últimamente te veo más negro (Gothic 4) XD
| Tema: Re: Historias desde La Isla Miér 23 Sep 2009, 17:25 | |
| Es que Drazul es mucho Drazul | |
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Milten Magnate del Mineral
Mensajes : 1777 Fecha de inscripción : 09/03/2009 Localización : En Nordmar, en el monasterio de los magos de fuego, calentandome mientras arden los cuerpos de esos débiles siervos del segundón beliar
| Tema: Re: Historias desde La Isla Mar 06 Oct 2009, 19:45 | |
| leida la ultima historia y a la espera de mas | |
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