<<CAPÍTULO 7>>
En los tiempos oscuros en que los dioses aún moraban entre los hombres, los adoradores de Beliar edificaron una fortaleza escondida en las montañas de Laran para venerar a su oscura deidad. Sin embargo Beliar se enfureció, pues sus seguidores dormían por la noche, en vez de rezarle. Y Beliar, con su poder divino, terminó la vida de los hombres creando la Muerte, para que siempre fuese temido. Y tras la expulsión de los dioses del Morgrad, la tierra, se guardó en la cripta de aquel castillo, el último poder que Beliar había entregado a sus seguidores: la Esencia Primordial de la Vida, el poder que restablecía la vida perpetua anterior a la Muerte. Sin embargo, lo dejó para aquel digno que hubiese entendido el significado de las palabras de los dioses. Durante generaciones, los oscuros hechiceros trataron de hacerse con aquel poder pero ninguno de ellos lo logró, perdiendo el juicio y convirtiéndose en criaturas sin alma, totalmente sumisas a la voluntad de Beliar en su reino.
Y aquello hizo cumplir las palabras de Beliar recogidas en los libros antiguos: “ Pero aquel que se equivoque y vaya en contra de la voluntad de los dioses, a él le castigaré. Y llenaré su cuerpo con dolor, sufrimiento y muerte, y su espíritu se unirá a mí en las sombras para siempre”. Los hechiceros oscuros fueron condenados a cavarse su tumba y proteger aquella necrópolis, pues no habían entendido las palabras de los dioses.
Centurias después la fortaleza fue arrasada, pero el poder siguió vivo en su interior. Los seguidores de los otros dioses no se atrevieron a penetrar en las catacumbas y el lugar adquirió un aura de maldito, convirtiéndose al cabo de unos años en poco más que una leyenda...
El cazador llevaba ya dos días caminando junto con Graír, su guía, y habían llegado al Yszen, el río más caudaloso del valle, que desembocaba en el mar de Ubáid. El cazador le había dado su bolsa de dinero y si quería que continuase guiándolo tendría que encontrar algo valioso. Mientras remontaban el Yszen, el cazador se acercó a Graír.
-¿Hay acechadores por este río?
-Sí, respondió Graír
-En ese caso, cuando paremos iré a cazar alguno para pagarte.Graír se limitó a soltarle un gruñido. En los dos días que llevaban caminando no habían hablado apenas, salvo para tratar los asuntos del pago del viaje. Al cazador le caía gordo, sus gruñidos y sus monosilábicas respuestas le hacían muy molesto e insoportable. Al cazador su sola presencia le desagradaba. Él tampoco había sido nunca de mucho hablar, ni era muy elocuente, pero le parecía que a Graír le molestaba el simple hecho de abrir la boca. Cuando pararon para comer, el cazador fue hasta la orilla del río. El Yszen tenía en ese punto cien metros de una punta a otra y por la fuerza que llevaban las aguas parecía que de caerse no habría retorno. Siguiendo un poco el río halló una zona de aguas más tranquilas. En la otra orilla había una pareja de acechadores. Era de las criaturas que más odiaba; eran difíciles de matar, su aspecto era repelente y además tenían muy poca carne. Los acechadores suelen tener la piel de color azulado, aunque los especímenes que estaba viendo tenían una raya rojiza en el lomo. En general tienen la cabeza y los brazos alargados para poder atrapar los peces del río, sin embargo no hacen ascos a la carne humana. El cazador se percató que había dejado el arco y las flechas en el campamento. Con cara de resignación, sacó su espada y empezó a cruzar el río, que le cubría hasta el estómago. Cuando casi había llegado, los acechadores sacaron la cabeza del agua y se pusieron a aullar. El cazador sabía por experiencia que si los forzaba y seguía avanzando amenazantemente los acechadores acabarían por huir pero si se quedaba burlonamente en esa posición los acechadores acabarían por atacarle. Tal y como había vaticinado las bestias se lanzaron a las heladas aguas del río y empezaron a nadar hasta él. El cazador levantó bien su espada con las dos manos. El primer acechador se acercó e intentó morderle en el cuerpo con sus afilados dientes pero justo bajó la espada con fuerza, separándole en dos su cabeza. Para su desgracia, observó como la corriente se llevaba el cadáver y tuvo que cogerle la cola con la mano izquierda con todas sus fuerzas. En aquel momento de despiste el otro acechador apareció y asomó sus dientes. En un acto reflejo el cazador le ofreció su lado derecho, donde tenía la armadura que había adquirido en la ciudad de Carfa, y el acechador reaccionó aullando de dolor al morder el acero. El cazador aprovechó para ensartarle por el costado, pero al ver que estiraba y movía sus alargadas garras hacia su cara, movió la espada todo lo que pudo dentro de sus entrañas hasta que la criatura yació. Para que la corriente no se lo llevase, envolvió en un abrazo el ensangrentado cuerpo de la bestia, provocando una escena patética que habría resultado cómica de no ser porque el río se había cubierto enteramente de sangre y bajaba rojo. Con gran esfuerzo llevó los animales hasta la orilla, donde los despellejó, sacó los dientes, las garras y el corazón de ambas criaturas. Por desgracia, la piel de uno de los acechadores había quedado completamente destruida por el forcejeo y tuvo que tirarla. De la pata del acechador que parecía más joven, sacó unos muslos. La carne de acechador sabía a pollo seco y no se vendía mucho, en parte porque apenas había en cada monstruo. Por evitar comer con Graír preparó una fogata y cocinó la carne de acechador. Después de una hora volvió con Graír, que tenía los ojos vacíos y la misma cara inexpresiva de siempre, y le soltó los trofeos a sus pies.
-Ahí tienes lo de dos días más, dijo el cazador sin esperar respuesta.
Graír le observó con su mirada opaca, comprobó los trofeos y siguió comiendo.
Al día siguiente salieron del bosque y llegaron a una extensa pradera, por la que seguía el río Yszen. En tiempos antiguos fue lugar de una gran batalla, anterior a Arsián y a la Batalla de Laran.
Cuando Adanos recompensó a Ágras el misericordioso y abrió las montañas, varias tribus y ciudades fueron a ayudar a la ciudad natal de Ágras, Läzharian, que estaba siendo atacada por los orcos. La ciudad estaba situada cerca del Yszen, en una extensa pradera, desde donde se veían majestuosamente las montañas que rodeaban el valle. La ciudades-estado de Tetriandoch, al otro lado de las montañas; y Jharkendar en la isla de Khorinis, fueron las que más ayudaron en la batalla, recibiendo gran parte del botín tras la victoria. La ciudad de Tetriandoch, actual Vengard, recibió la mitad de las riquezas, mientras que Jharkendar únicamente se llevó un cuarto del oro y una poderosa espada que llevaba el líder de los orcos, el nigromante Kaisés. Quarhodron, el comandante de los guerreros llevó la espada a la ciudad. Los habitantes de la ciudad de Jharkendar, hasta entonces la más avanzada y más poderosa de todas las ciudades-estado de la tierra, fueron corrompidos por el poder de la espada y una guerra civil separó la ciudad. Ante el caos, Adanos acabó con su sufrimiento e inundó las calles de la ciudad. Los pocos que sobrevivieron no se atrevieron a reconstruirla y cerraron sus accesos. La ciudad fue olvidada y su localización se perdió para siempre.
Graír y el cazador siguieron caminando durante cuatro días por la inmensa pradera. En un momento el cazador notó que habían cambiado de rumbo. Habían dejado el río atrás y se dirigían a las montañas. Al atardecer llegaron a un pequeño cañón, con forma de anfiteatro.
-¿Adónde me has llevado, viejo?, dijo enfadado el cazador.
-¡A cobrar! Hace cuatro días que no consigues nada.
-Eso es porque en la pradera no hay absolutamente nada que cazar.
-No me importa. Hicimos un trato y quiero cobrar. Este cañón es famoso por los trolls que habitan en él. Quiero que mates a uno de esas bestias, si no lo haces, te dejaré aquí para que te busques tú solito el prado de las flores, ¿entiendes?En aquel momento le dieron ganas de cortarle la cabeza y marcharse, pero le necesitaba, necesitaba encontrar el tesoro.
-¿Y qué pasa si el troll me mata a mí? ¿Has pensado en eso?
-Pues que cogeré de tus frías manos esa espada tan bonita que parece de mineral, seguro que me dan quinientas monedas por ella.El cazador desenvainó su espada y se la pasó a Graír por el cuello, haciéndole una herida leve que empezó a sangrar.
-¿La quieres, cerdo?El cazador se le quedó mirando durante unos instantes. Gustosamente habría segado su cabeza pero finalmente se arrepintió de haberle amenazado. Envainó la espada y le dijo:
-Mataré a uno de los trolls, después me llevarás a donde crecen las flores anaranjadas.Graír, volviendo a su rutina expresiva, emitió un gruñido y agachó la cabeza.
Los trolls estaban más cerca de lo que creía, aguzando la vista se veía a uno de ellos cerca de unos matorrales. El cazador sacó el arco, sabía que casi nadie había logrado vencer a un troll, eran unas criaturas grotescas con grandes colmillos y una piel muy espesa que les protegía de cualquier cosa.
El troll que apuntaba con el arco estaba comiendo unas bayas del matorral. Con determinación le disparó una flecha en la nuca. El troll se dio la vuelta y emitió un inmenso rugido, el cazador se asustó y retrocedió unos pasos. A cien metros de él estaba Graír, escondido en unas rocas, con cara alegre, cómo si estuviese viendo un espectáculo; aquel hombre era un villano. El troll se acercó hasta el cazador apoyándose con sus enormes manos en el suelo. El cazador desenvainó su espada y corrió directo hacia él en posición de carga con la espada. Cuando se aproximaba la inmunda bestia le soltó un manotazo y le lanzó despedido a cincuenta metros. El cazador se levantó del suelo; sangraba por la nariz y en el cogote al golpearse contra las rocas del suelo. Tenía varias contusiones por el cuerpo y empezó a pensar que era imposible matar a esas criaturas. Por suerte la espada del conde Bardas cayó a su lado y la recuperó. El troll volvió a dirigirse hacia él. A la derecha vio a Graír, completamente loco de alegría.
-Ese hombre está enfermo, dijo mientras se limpiaba la sangre que le caía de la nariz.
El cazador cogió un enorme pedrusco y volvió a cargar contra el troll. A pocos metros le lanzó la piedra con todas sus fuerzas a la cabeza. El troll emitió un gruñido y se quedó aturdido. Aprovechando el momento, el cazador pasó por debajo de sus inmensas y peludas piernas, comprobando que no tenía miembro viril y que por tanto los trolls eran hermafroditas. Justo cuando estaba debajo cogió la espada con las dos manos y con todas sus fuerzas le hizo un corte en su pierna derecha. El troll gritó y empezó a sangrar unas cantidades exageradas de sangre. Acto seguido, dejó de aullar y quedó inclinado en el suelo, en posición fetal. El cazador no se había esperado eso, y mientras se recobraba de todo aquello y esperaba a que le bajase la adrenalina, vio cómo Graír corría hacia el troll y daba un abrazo al inerte cuerpo, extasiado de alegría.
-¡Oh Innos, soy rico!, empezó a decir mientras se reía exageradamente.
Mientras se limpiaba la sangre y se recobraba el cazador presenció atónito como el aparentemente troll muerto se levantaba y cogía con su enorme brazo a Graír. Le levantó por los aires y, usando sus dos brazos le rompió la columna, dejándole tetrapléjico. El troll miró estúpidamente al cazador, mientras le pegaba un mordisco a Graír desde la clavícula hasta la cabeza. El troll siguió mirándole mientras masticaba aquel amasijo de carne y soltaba de sus manos el resto de aquel cuerpo deforme. Sin pensárselo, el cazador fue corriendo hacia él, sin ningún plan preconcebido, dispuesto a matar a aquella mole grotesca. El troll era más rápido y lo atrapó en su puño, cómo había hecho con Graír. El cazador sintió como sus huesos crujían por la presión de aquel gigantesco puño, sin embargo, aún llevaba la espada en su mano. El cazador intentó atacarle varias veces pero el troll se movía demasiado y su cuerpo estaba demasiado lejos. Cuando vio cómo aproximaba su cara para devorarle, lanzó la espada lo mejor que pudo hacia aquella horrible cara y se la clavó entre los ojos. El troll gritó de dolor y cayó estrepitosamente, soltando a su prisionero. Mientras el troll movía sus brazos y gritaba, el cazador sacó la espada de entre los ojos y gritando empezó a decapitar al monstruo. Después de tres precisos golpes en el cuello, cercenó su cabeza, y en su ira la cogió y la lanzó por los aires. El cazador se arrodilló ante la bestia, estaba jadeando y cubierto de sangre. Un chorro viscoso y rojo caía en fuente del cuello del troll. El cazador necesitó una hora entera para calmarse y cuando empezaba a anochecer, sacó su cuchillo de caza y empezó a despellejar al troll. Preparó una fogata y degustó su carne: estaba buena pero tenía un sabor bastante fuerte, que a los paladares exquisitos habría desagradado. La madre del cazador siempre le había enseñado a no despreciar la comida, y casi cualquier alimento le era agradable. Por la noche, mientras caían algunas gotas de lluvia, estuvo fabricándose una nueva armadura de pieles; la que llevaba era muy vieja y estaba hecha con pieles de lobo, así que la sustituyó por la espesa y calurosa piel del troll. Pasada la medianoche intentó dormir, pero no pudo conciliar el sueño en toda la noche.
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El "Morgrad" no me lo he inventado yo, es el mundo de gothic, aparece en uno de los libros teológicos de gothic1.
Tetriandoch es la contraseña para ver a los magos del agua, también en gothic1.
La frase de Beliar de: Pero aquel que se equivoque y .... es del libro de gothic 1 Palabras de los Dioses
Lo de que los trolls son hermafroditas es una deducción mía xDD