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 Capítulo II

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Dulcepsicópata
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Dulcepsicópata


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MensajeTema: Capítulo II   Capítulo II EmptyVie 09 Dic 2011, 19:42




CAPÍTULO SEGUNDO

Capítulo II Cenefa

VISITA INESPERADA


Cares se quedó cavilando, absorto en sus pensamientos. Como tantos otros, había oído las fabulosas historias que se contaban de Rhobar I. El bárbaro de Nordmar; el elegido que había matado a la Bestia y había conquistado Myrtana. Era difícil no sentir admiración por aquel hombre. Sin embargo, su alistamiento no había atendido a razones patrióticas. El reino o su monarca no le importaban en absoluto, lo único que él anhelaba era comida, techo y enemigos a los que atravesar; su conducta sociópata quedaba satisfecha en la milicia.
Cares recibió una fuerte patada en las costillas que le hizo encogerse de dolor.
-¡Muévete, imbécil!- Jorgen, el maestro de la milicia le miraba con furia desde la penumbra. Una dilatada vena cruzaba su sien, cercana a las cicatrices de la frente.
La habitación era un páramo sombrío. Cuatro velas iluminaban el agitado ambiente, y en algún lugar de las tinieblas, la campana seguía azotando con su cántico infernal. Los milicianos corrían de una punta a otra mientras se vestían y arreglaban el catre, como siluetas fantasmagóricas en la noche. Jorgen fue hasta el umbral de la puerta y profirió un grito para llamar la atención.
-Cuando terminéis de tocaros id al comedor. Quiero vuestros culos abajo en cinco minutos. El que llegue tarde pasará un mes entero en la celda del bujarrón.

El bujarrón era un viejo homosexual, con tendencia a la pedofilia y psicológicamente inestable, que había violado y asesinado a varios niños en las montañas del Zoncorán. Vivía prisionero en las mazmorras bajo el cuartel y, ante la falta de otros candidatos, se había convertido en el cocinero de la guarnición. Corso terminó de vestirse la túnica roja y blanca a cuadros y las pieles que, como todos, llevaba para abrigarse del gélido entorno de las montañas. El hombre rondaba los veinte, aunque aparentaba tener bastantes menos, y apenas le crecía barba, exceptuando en el mentón, donde se dejaba una fina perilla que llevaba orgulloso. Era el padre del sarcasmo, y un experto en decir lo más inapropiado posible en cualquier situación, cosa que ya había pagado con dos visitas a la celda del bujarrón.
-¿A qué demonios puede venir esto?-preguntó acercándose a Cares.
Éste lo miró con sus oscuros ojos negros y su malencarado semblante habitual.
-El grandísimo cabrón me ha dicho que el rey viene hacia aquí- le respondió.
-¡Joder, perfecto! Así podré enseñarle el tatuaje de él que me hice en el culo.

Si el rey hacía acto de presencia desde luego no era por turismo; algo importante se fraguaba en aquellas montañas. De todos era sabido que el gobernador Marcio evadía los impuestos del rey, y aún así, en veinte años jamás había recibido advertencia. La región era pobre, y el colapso de las minas del monte Kharazen había terminado de arruinarla.
Mientras hablaban, una figura colosal se plantó delante de Cares. Medía dos metros y era todo músculos, con el pelo afeitado, nariz aguileña y unas cejas grotescas que sobresalían de su cara
-¡Sigues debiéndome cien monedas de oro, maldito embustero!
-He tenido problemas para recolectar el dinero, Ulpio.- dijo Cares sin dejarse intimidar- ¿Aceptarías un doble o nada?
-Se te ha acabado la suerte, amigo. Tráeme el oro en dos días o desearás no haber nacido- dijo con su cara de buitre rabioso.
Cares asintió burlonamente mientras Ulpio desaparecía en la penumbra de la habitación.
-Camarada, creo que le gustas- dijo Corso sarcásticamente
-Ulpio sólo es presencia y palabras- dijo Cares- ante estas situaciones sólo sabe mearse en los pantalones y ofrecer su culo para que lo sodomicen.
-Pues más vale que vayamos bajando si no quieres que el bujarrón experimente el mismo juego con nosotros. No es agradable, te lo digo yo.
Cares era un ludópata. Jugaba casi todas las noches a los dados y otros juegos de azar en un repugnante tugurio del centro de la ciudad. Hacía trampas siempre que podía y buscaba camorra cuando la suerte le era adversa.
El umbral de la habitación daba a un pasillo, de paredes estrechas y agrietadas, que conectaba con el resto de habitaciones, y por el cual se bajaba hasta el patio interior. Desde allí no eran escasas las goteras o los muros derruidos. El cuartel del Alcor había conocido días mejores.
Cares y Corso atravesaron el patio, iluminado por la luna y los astros del firmamento. La tormenta del día anterior se había disipado y los cuerpos celestes eran visibles en toda su magnificencia. Las estrellas se arremolinaban formando constelaciones, como las ascuas de un fuego a punto de extinguirse. Los tejados estaban llenos de carámbanos y hacía un frío gélido que paralizaba, como si se tratase de un muro invisible.
Una de las puertas del patio, custodiada por una gárgola de aspecto feroz, daba paso al comedor; una sala amplia, con varias lámparas en el techo y una larga hilera de mesas con candelabros. Una enorme chimenea presidía la sala desde el fondo, y las paredes estaban decoradas con viejos tapices, corroídos por el moho. Jorgen estaba de pie, encima de una de las mesas, engullendo una pata asada de carroñero.

Los milicianos se fueron sentando, y al cabo de unos minutos, les sirvieron el desayuno diario; un misterioso guiso de siniestro olor y sabor repulsivo. Su ingestión solía provocar arcadas, y debido a su color, los milicianos lo llamaban el vómito. Cares cogió su plato y empezó a remover el potaje con la cuchara. Una criatura blanda y alargada emergió del fondo retorciéndose en espiral en torno a la cuchara. Era una lombriz, de color marrón y con el tronco anillado; feliz en su hábitat natural. Cares devolvió el gusano al fondo del plato e interrumpió al miliciano sentado justo detrás.
-Oye, no tengo hambre, ¿quieres mi vómito?
-Bueno, está bien- dijo el individuo tras habérselo pensado.
El resto del rancho diario era cuantiosamente mejor; media libra de carne, un mendrugo de pan y un pedazo de tortilla; lo único dignamente comestible que preparaba el bujarrón.
-¿En qué piensas?- le preguntó Corso. Cares tenía la mirada perdida en el techo, y una mano apoyada sobre la sien.
-Estoy pensando cómo asesinar a Ulpio- su tono era de una seriedad terrorífica; Cares casi nunca bromeaba.
De pronto, la voz de Jorgen sonó con fuerza en toda la sala
-Muy bien, sacos de mierda, prestadme atención. El rey viene hacia aquí, llegará al Alcor en un par de horas como mucho. Para que esta ciudad no parezca el estercolero que es, quiero que vayáis de casa en casa pidiendo... la colaboración de la gente.
Los milicianos se distribuyeron como lobos hambrientos por la noche de la ciudad. Las calles estaban frías y deprimentes; heridas por el hielo asfixiante que las cubría, sólo se oían los ladridos lejanos de un perro callejero. A lo lejos en el horizonte, las altas montañas despertaban vestidas con una fina capa de nieve; faltaba poco para el amanecer.

Como le había ordenado Jorgen, Cares fue a la plaza a retirar la cabeza del ladrón. Estaba custodiada por un par de cuervos que picoteaban su despellejada carne. Cares cogió un canto del suelo y se lo lanzó a los cuervos. El rostro de Apuleyo se había vuelto morado; le faltaban varios trozos de carne en la mejilla y en la boca, y tenía los sesos picoteados aprovechando la abertura de la coronilla. Uno de sus ojos colgaba de la cuenca, balanceándose de un lado a otro. Cares recuperó la cabeza y se dirigió hasta la puerta principal, desde donde la tiró al largo precipicio. Acto seguido se fue a la primera casa que vio y llamó a la puerta.
-¿Quién es?- un hombre vigilaba desde el otro lado
-La milicia.
Un hombre obeso le abrió la puerta, su cara recordaba a la de un ratopo. Estaba encorvado y llevaba un pequeño bastón con el que se apoyaba.
-Nuestro rey va a hacer acto de presencia dentro de poco. Se te pide, como vasallo suyo que ayudes en la preparación de su recibimiento.
El hombre quedó desconcertado ante la noticia. Al no hallar respuesta Cares siguió hablando.
-Limpiar las calles, poner flores y colgar banderines entre las casas, sólo eso.
-Lo siento muchacho pero en mi condición no creo que sirva de mucho- dijo levantando el bastón- además odio el esfuerzo físico.
Cares asintió con la cabeza y su rostro se ensombreció. Hizo a un lado al mórbido sujeto y se internó en su casa. Era pequeña pero elegante, con varios muebles, cuadros y objetos de valor, y una pequeña chimenea en la pared de la izquierda; toda una excepción en el tétrico y decadente panorama del Alcor.
Cares agarró el atizador de la chimenea y empezó a destruir todos los objetos, rajar los cuadros y partir los muebles. La sala quedó hecha un desastre.
-Cuento con tu participación voluntaria para preparar la acogida al rey- dijo marchándose de la casa.
Para cuando salió, ya había varios ciudadanos en la calle limpiando el suelo y las casas; disfrazando la ciudad. El Alcor no tenía sistema de alcantarillas, toda la inmundicia salía bajando las calles. El sol apareció de pronto entre las afiladas crestas de las montañas y delató en la lejanía una enorme caravana viniendo de oriente.
Pasada una hora, los trabajos concluyeron, y el Alcor parecía una ciudad completamente diferente. Las calles estaban vestidas de gala, y los milicianos esperaban expectantes en la puerta principal. Jorgen apareció acompañado del gobernador Marcio y dio las últimas instrucciones.
-Cuando aparezca el rey, arrodillaos como perros que sois, en señal de vasallaje. No le ofendáis bajo ninguna circunstancia; si os pide que os tiréis por el precipicio, vosotros os tiráis. Por cierto, ¿alguien ha visto a Ulpio?
Cares levantó los ojos e intercambió una mirada cómplice con Corso.
El gobernador Marcio era un individuo bajo y rechoncho, con calvicie alrededor de la coronilla y ojos pequeños. Caminaba de un lado a otro, con mirada agitada y nerviosa.
Oye- el gobernador se acercó a Corso- si el rey pregunta si he estado enviando los impuestos, ¿tú le dirías que sí, verdad?
-¡Por supuesto, señor!- respondió efusivamente.

El ruido de los carros resonó por toda la ciudad, y los habitantes fueron congregándose en torno a la calle para poder ver a Rhobar I. Las primeras siluetas empezaron a asomar por la puerta principal. Cinco soldados lideraban la marcha; llevaban impecables armaduras y enormes espadones de dos manos. Sus corazas eran de acero, con el relieve de una fiera bestia de ojos rojos en el pecho, y guanteletes de color carmesí. La armadura pesada del ejército era la envidia de todo hombre, y un orgullo que muy pocos alcanzaban. Tras ellos, apareció el rey; un individuo alto de pelo largo y barba espesa. Sus vestiduras eran majestuosas y sobre la cabeza ceñía una corona de oro. Rondaba los sesenta años, y su pelo rubio se había llenado de canas. Tenía cara cuadrada y facciones duras, y un par de negras líneas tatuadas a cada lado de los ojos. A todas luces era de Nordmar. Todos los allí presentes se arrodillaron ante su señor, provocando un sincronizado estruendo. Rhobar levantó la mano y saludó solemnemente. Tras él, un hermoso carro tirado por dos mulas apareció llevando consigo un hombre muy joven de rostro similar y pelo castaño. Su porte y su indumentaria era idéntica a la del rey. Detrás del carro del príncipe apareció el resto de la corte, flanqueada por más soldados. Un mago de fuego, de aspecto pulcro y túnica ceremonial, lideraba la marcha. Tenía el pelo corto y echado hacia atrás, con varias canas asomando por las sienes. Tendría una edad similar a la del rey, y su semblante reflejaba inteligencia. Xardas era el mago supremo del reino, actuaba como líder del Círculo del Fuego y como consejero del rey. Tenía fama de sabio y poderoso; y nunca usaba más poder del que le era requerido. Tras él desfilaba otro mago de fuego, a juzgar por su túnica, de inferior categoría. Se hacía llamar Reco, tenía el cabello rojo, y unos ojos profundos de color azul. Tenía alrededor de treinta años, y había experimentado un ascenso vertiginoso en el círculo tras ganarse la confianza del rey. A continuación de ellos había varios soldados con armaduras brillantes y prestancia altiva. Uno de ellos destacaba entre todos por su impecable armadura de paladín con la cruz de Innos. Archol era un general veterano, de aspecto noble y humilde, que acaudillaba las huestes de la capital. Tenía el pelo corto y negro, y una cicatriz que atravesaba su ojo izquierdo. En su mano, llevaba el habitual yelmo de los paladines.

La corte siguió caminando hasta la plaza, donde esperaba el gobernador Marcio. Los habitantes y la guarnición de la milicia la siguieron hasta allí. Marcio se levantó del improvisado trono desde el que aguardaba y se postró exageradamente ante el rey.
-Mi señor, es un gran honor para mí que hayas veni...
-¡Silencio, sabandija! Hace un mes me enteré que has estado aprovechándote de la inestable situación del reino para llenar tus bolsillos y hacerme parecer un necio. Traicionaste mi confianza.
-¡Mi señor, no!- Marcio estaba histérico.
-Pero no he venido aquí por esas migajas. Agarradle- dijo a dos soldados de armadura pesada. Rhobar obsevó a los milicianos de la guarnición durante un momento.
-Tú- dijo señalando a Corso- mátalo.
-Será un verdadero honor, mi señor- respondió.
Corso parecía feliz; desenvainó su tosca espada y empezó a caminar hacia el gobernador.
El rey volvió a dirigirse a Marcio.
-Tu mujer y tus hijas serán violadas y convertidas en esclavas para los harenes del desierto de Varant.
Corso alzó la espada y depositó el filo entre el cuello y el hombro de Marcio. Con increíble rapidez, la hoja traspasó la carne y alcanzó limpiamente uno de los pulmones. Un enorme chorro de sangre emanó del corte, y salpicó el empedrado de la plaza. Corso retiró la espada elegantemente y Marcio cayó inerte al suelo.
-Descuartizadlo y llevad sus partes a la capital para que sirva de ejemplo a los nobles.- dijo el rey a uno de los soldados de armadura pesada.
Tres guardias agarraron el cadáver y se lo llevaron hasta uno de los carros, mientras iba dejando un brillante surco de sangre. Corso volvió a su sitio y el rey caminó hasta donde estaban el resto de milicianos.
-Soldados, mi presencia aquí se debe a la necesidad de hallar un modo de acabar con los secuaces de Beliar que atacan nuestras fronteras. Al parecer, no lejos de aquí podría haber cierta información que revelase de dónde atacan. Para ese propósito he ido reclutando a los mejores guerreros de Myrtana, en su mayoría antiguos criminales.- el rey extendió la mano señalando a un grupo de individuos variopintos y exóticos, de procedencia inexacta.
-Mi señor, y ¿porqué no usa a los paladines?- preguntó Cares intentando no parecer grosero.
El rey se acercó hasta él, sorprendido.
-¿Cuál es tu nombre?
Cares no tenía nombre, aquello sólo era un apodo, un burdo mote que le habían puesto en su infancia. Se permitió ignorarlo.
-Cares, mi señor.
-No hay ni doscientos paladines en todo el ejército, y actualmente, son los únicos capaces de frenar el ataque de Beliar en las fronteras. El único que verás es ése de allí, Lord Archol- dijo señalándolo- del resto no puedo prescindir.
-¿Cuál de tus hombres conoce mejor estas tierras?- esta vez el rey se dirigió a Jorgen.
-Él, majestad- dijo Jorgen seguro; Cares era el mejor explorador de la guarnición.
-Muy bien, acompañarás a mis hombres por las montañas hasta dar con el mago de agua que ando buscando.- el rey giró la cabeza y vio a su lado a Corso. -¿Es amigo tuyo?
-Sí, mi señor- respondió Cares.
-En ese caso, tu también irás. Dicho mago está en algún lugar al norte, es joven y de tez oscura. Si lo que me han dicho es correcto, debería conocer la localización de una antigua ciudad abandonada de Adanos. Su nombre es Saturas.


Capítulo II Cenefa


Última edición por dulcepsicopata el Lun 19 Dic 2011, 18:57, editado 2 veces
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MercenarioOrco
Líder del Círculo del Agua
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Masculino Mensajes : 1349
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MensajeTema: Re: Capítulo II   Capítulo II EmptyVie 09 Dic 2011, 20:04

buff estoy alucinando!! no tengo demasiada idea de como va a acabar esto pero todas estas extrañas apariciones me encantan!!
Xardas, Saturas, Archol...
mis felicitaciones eres una escritor nato. Me tienes intrigado tio!!
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Mercenario
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Masculino Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 25/01/2011
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MensajeTema: Capítulo II comentarios   Capítulo II EmptySáb 10 Dic 2011, 19:32

Excelente capitulo, las apariciones de los personajes conocidos pueden dar mucho de si, sigue asi psico que esto esta muy bueno.
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Xanathar
Bandido
Xanathar


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MensajeTema: Re: Capítulo II   Capítulo II EmptySáb 18 Feb 2012, 17:06

me gustó más el primero, pero sigue en una buena linea!
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