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 La guerra de los 9 años (parte 2)

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Taokanimemetal
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Taokanimemetal


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MensajeTema: La guerra de los 9 años (parte 2)   La guerra de los 9 años (parte 2) EmptyVie 08 Mar 2013, 17:39

Ésta tratará sobre los recuerdos que irá teniendo Stell, supongo que serán otros 10 posiblemente sin relación entre si, que cuenten varias historias para reflejar curiosidades históricas de Vietnam. Espero poder igualar o incluso superar al anterior. Ya que estoy haciendo dos historias más, pero no os preocupéis, no las dejaré, solo es que ahora me ha venido inspiración sobre Vietnam Razz

Moto Sportster ironhead

Spoiler:

Coche Mustang del 67

Spoiler:

Ahí os dejo el prólogo.


PRÓLOGO


21 abril de 1984, Lakeland (Florida)

Las gotas de lluvia caían por el cristal como si de una danza se tratase. Era por la mañana y observaba como Duong miraba a la ventana con la mirada perdida, quién sabe que cosas pasarían por su mente, tal vez sus preocupaciones más íntimas le perseguían o tal vez solo fuese uno de sus peculiares despertares, ¿quién sabe?, solo sé que me alegraba tenerle en casa.

-¿En que piensas?, hijo- le pregunté al tiempo que me sentaba en la silla de su escritorio.
-En lo frágil que son las gotas, pues las puedes destruir con un solo dedo- Duong me miró fijamente- al igual que las vidas humanas.
-A veces se me olvida que ya no eres un niño- dije mientras me levantaba- pero estas confesiones tuyas me traen de vuelta a la realidad.
-¿Nunca has pensado en escribir un libro?- preguntó Duong quien también se levantó y andamos por el pasillo para llegar al salón.
-Muchas veces- me aclaré la garganta y continué- pero creo que no nací para ser escritor, quizá debieras escribirlo tú.
-Nadie nace siendo escritor- Duong hizo una mueca de desilusión-. Yo he escrito varios relatos, pero nada bueno.
-Ahora deberías centrarte en la universidad-
-Papa, estudio Filología- Duong se bebió un vaso de zumo- es mi trabajo, además de mi pasión, escribir.
-Perdona mi ignorancia hijo- cogí dos platos, en los cuales iba poniendo las tostadas- como no me sueles contar nada, pues no me entero.
-Papa, cuando salimos a correr te lo cuento, lo que pasa es que no me escuchas- Duong puso en la mesa, mantequilla, queso de untar y mermelada de frambuesa-. Tu querías que fuese boxeador, como ese tipo al que llamabais "Little Charlie", ¿te acuerdas?.
-Claro que me acuerdo, ese maldito me destrozó la cara- dije al tiempo que reía.

Duong encendió la tele y yo, a pesar de poner las últimas cosas sobre la mesa, podía oír el telediario; recuerdo como mencionaron que el día anterior en el noroeste de Kabul se produjo una amplia ofensiva de las fuerzas soviético-afganas. Ello me recordó a la guerra, también me recordó que Afganistán probablemente sería el nuevo Vietnam, es curioso, pues esta vez éramos nosotros quienes ayudábamos a las victimas. La ingenuidad sería pensar en la labor humanitaria en vez de la política. Acabé de preparar la mesa y llamé a Duong, quien se sentó y comenzamos a comer.

-Papa- Duong deboró un trozo de tostada y dio un sorbo al vaso de zumo- se me está ocurriendo que me podrías contar tus historias y con ello realizar un trabajo para la universidad; si lo hago bien y posteriormente lo expongo en clase, el profesor dice que tendré un punto extra en la asignatura de literatura.
-Por mi vale- di varios sorbos al café antes de continuar- podemos empezar cuando quieras.
-Ahora por la mañana tengo que ir a ver a una persona- dijo como aire jovial- pero por la tarde me paso y me cuentas la historia del famoso "Little Charlie".
-Muy bien hijo- me acabé el café- como quieras.

Duong salió por la puerta, recogió su casco, los guantes, la cazadora de cuero y las llaves de su moto nueva; sacó tan buenas notas y además había sido un buen hijo, dentro de lo que cabía, pues me había metido en muchos líos, pero bueno para eso están los padres, para defender a sus hijos, cuando procede, pues cuando los hijos no llevan la razón se les ha de castigar. Consejos de padre aparte, salió de la casa con su Sportster ironhead, lo mejor de trabajar en el taller era que se podrían encontrar motos a buen precio y hacerlas modificaciones a tu gusto. No tenía nada que hacer por la mañana, por lo que decidí seguir a Duong. Cogí el antiguo Mustang del 67 y conduje, dejando una distancia prudencial. Entré en la ciudad de Lakeland, conduje por varias calles, parece ser que Duong conducía con cierta prisa, pero iba por calles principales lo que me permitía seguirlo más facilmente. Tras varios minutos conduciendo, paró en frente del Polk Theatre y recogió a alguien, por la complexión parecía una mujer, pero al llevar casco y yo no tener un ángulo de visión excesivamente bueno, no era fácil poder saberlo. Posteriormente cogió la autovía a Tampa y condujo durante un rato hasta llegar a su universidad, University of South Florida. Durante el camino estaba cien por cien seguro de que era mujer, los rumores quedaron confirmados cuando se bajó de la moto, pude ver su cuerpo y se quitó el casco. Era también asiática, pero no era Vietnamita, tenía rasgos semejantes a los Thailandeses, eran claramente reconocibles, pues las prostitutas de Saigón eran casi todas Thailandeses, por lo menos la casa que frecuentábamos. La chica le besó apasionadamente y él la correspondió. Ambos se agarraron de la mano y entraron en la universidad. No pude sino sonreír y posteriormente dirigirme a la cafetería de la universidad, pues era la más barata.

Ya había desayunado, por lo que no tenía mucha hambre, solo me cogí una botella de agua y un periódico que había tirado en una mesa, The Tampa Tribune. Cuando lo abrí no había ninguna nueva de interés por lo que decidí dejarlo en la mesa y volver a casa. Cuando volví esperé a que Duong volviese; una vez vino, comenzamos el trabajo.

Continuará...





Última edición por Taokanimemetal el Sáb 09 Mar 2013, 21:46, editado 2 veces
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MensajeTema: Re: La guerra de los 9 años (parte 2)   La guerra de los 9 años (parte 2) EmptyVie 08 Mar 2013, 18:46

good chapter, no esta mal para empezar, pero e decir que al principio cuesta un poco entender quien esta hablando
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MensajeTema: Re: La guerra de los 9 años (parte 2)   La guerra de los 9 años (parte 2) EmptyLun 11 Mar 2013, 18:00

CAPÍTULO 1 (LITTLE CHARLIE)


La guerra de los 9 años (parte 2) Pavn1pe9



-Muy bien, papá- Duong preparó un lápiz y un cuadernillo- comienza cuando quieras.
-Todavía recuerdo aquél lejano día...-

Era por abril de 1966, un destacamento de trece médicos españoles llegó a Saigón. Recuerdo su autobús, con rendijas en las ventanas para evitar la entrada de granadas y sus caras de perplejidad. En la ciudad también había Coreanos y Australianos, un contingente importante, pero a diferencia de los españoles, éstos eran combatientes. Aunque a decir verdad, no sé quien combatía y sufría más, si los médicos o los heridos. Bueno, en cuanto llegaron los españoles, Mconahan le dijo a uno de ellos, aunque en realidad se lo decía al grupo en si: "Habéis venido doce, pues regresareis a España cinco o seis. Los vietcong a los que primero disparan es a los médicos". Creo recordar que el nombre de ese español era Antonio Velázquez. Tras varias semanas de estar allí, como bien me dijo él: "Era un pardillo y no sabía nada de nada"; “Pronto aprendí”.

Una noche, fue la noche inolvidable; Velázquez y un amigo suyo, además de García, Rose, Heller y alguno más que ahora no recuerdo, entramos en uno de los garitos a los que solíamos acudir, pero hoy era diferente, hoy no era un tema sexual, sino combates libres. Los malditos lugareños ganaban mucha pasta con estos combates y los luchadores...Bueno, los luchadores podían ganar o bien algún dinerillo o bien una buena paliza.

El local estaba abarrotado y bullía de actividad. Había un coreano combatiendo contra un Thailandés; el coreano solo empleaba las piernas, mientras que el Thailandés empleaba todas las partes del cuerpo, incluyendo codos y rodillas, algo extraño para nosotros. Mientras hablaba con Velázquez, el cual no hablaba muy bien inglés, pero aún así sabía expresarse, me comentaba que había escrito un poema y lo había traducido con ayuda de un colega médico norteamericano que era original de México.

“¡Qué fácil es cambiar de canal!
Lo difícil es ver la realidad
¡Qué fácil es obviar la verdad!
también manipular y vapulear
Lo difícil es luchar y morir
¡Qué fácil es llorar y gritar!
Lo difícil es afrontar y discernir
En la guerra no hay ni buenos ni malos
Solo muertos, usados y destrozados
No solo su cuerpo o su mente
Sino su alma, el ama de un antiguo creyente
el alma de un veterano, el alma de un patriota...
todo ello se trunca y convierte en el alma de una bestia”


No le di mucha importancia a aquél poema y le felicité por su obra, como quien felicita por un cumpleaños, él, algo modesto me contestó: “Solo es la obra de un médico que teme perder su alma”.

El siguiente combate iba a comenzar y Nguyễn, un survietnamita que se había animado a luchar, iba a pelear contra un Australiano. Ambos subieron a aquél Ring improvisado, dijeron sus nombres y pesos, aunque estos eran los que los competidores les habían dicho, por lo que su fiabilidad podía ser puesta en duda. El Australiano era más alto que Nguyễn, pero no empleaba las piernas; Nguyễn, si. Aunque le resultaba difícil romper su defensa, Nguyễn lanzaba patadas semicirculares a sus piernas y circulares a sus dorsales y alguna golpeaba en la espalda del anglosajón. El Australiano solo conseguía, en algunos casos, cubrirse; hasta que en uno de los despistes de Nguyễn, se metió en su guardia y le alcanzó con dos derechazos, izquierda, derecha; un crochet de derecha y finalmente un gancho con la izquierda. Nguyễn calló al suelo con la cara ensangrentada y enrojecida, pero aún podía pelar y solo tardó tres segundos en levantarse. El arbitro, si es que se le puede llamar así a un Vietnamita con una tela blanca, le dijo que se lavase la cara y así lo hizo. Nguyễn estaba más atento y el Australiano intentó volver a entrar, pero lo que recibió fue una patada frontal en el pecho, una lateral en el rostro y una patada trasera con giro en el cuello, el golpe último fue tal, que resonó por toda la sala y el anglosajón se quedó K.O en el suelo.

El siguiente combate iba a comenzar, el arbitro anunció que un preso quería combatir y que el alguacil le había concedido un permiso especial, seguramente a cambio de lo que ganase, para combatir. Nadie quería enfrentarse con aquel norvietnamita, por lo que decidí enfrentarme a él. Yo era como el Australiano, un boxeador más bien mediocre, pero Nguyễn me había enseñado a dar patadas frontales y laterales, aunque aún no lo controlaba muy bien.

El combate comenzó y recibí la primera patada en la pierna derecha, decidí lanzarme a su guardia e intentar abrirla con los puños; paró casi todos mis golpes a excepción de tres directos, un crochet derecho y un gancho con la izquierda. Justo después de recibir el gancho, me propinó una patada semicircular a las costillas; me quedé algo dolido. Posteriormente, me volvió a lanzar la patada, pero en un acto reflejo la paré con el codo y creo que le hice bastante daño, aún cojeando, el norvietnamita decidió continuar. Le lancé una patada lateral, la apartó y con una patada en el aire, me golpeó en la cara; al caer se apreciaba su cara de dolor por forzar la pierna herida. Luego, se lanzó a por mi con sus rodillas, pero conseguí pararlo, lo que no conseguí parar fue su codazo con el brazo derecho. Caí al suelo con la cara más dolorida que Sonny Liston cuando Muhamad Alí le dejó K.O. El norvietnamita se limitaba a mirarme, su rostro era inexpresivo y siempre el mismo; su mirada era desafiante y no sé por qué, pero me infundía respeto y ganas de seguir combatiendo. El arbitro llegó al número siete y el vietcong me ayudó a levantarme y preguntó en su mal inglés: “¿Estar para pelear o rendir?”. Yo le respondí, como cabía esperar, con mi prepotencia anglosajona: “Pelear”. Lo que no sabía en aquel entonces era que la prepotencia trae consecuencias. Continuó el combate y conseguí asestarle varios golpes con los puños hasta hacerle sangrar, pero sus codazos me estaban dejando demasiado débil; el último golpe que recuerdo es un rodillazo en el mentón, al parecer hizo un esfuerzo sobrehumano para apoyar su pie derecho y conseguir saltar y asestarme el rodillazo. Lo que mejor recuerdo fue levantarme en el hospital de campaña y a Velázquez cambiándome los vendajes.

Dos días después, entró uno de nuestros mandos, el teniente Edwards. Yo, por aquél entonces, era sargento, pues después del rápido ascenso en el valle de la Drang, por parte del ya caído Mconahan, fui condecorado como bien me prometió el teniente coronel Harold G Moore.

-¿Se ha divertido?, sargento- preguntó con cinismo el teniente.
-Mucho, señor- respondí cansado ya de la incompetencia de Edwards, todos estábamos hartos de él; habían muertos muchos hombres por su afán de conseguir medallas y ya había puesto nuestras vidas demasiado en juego. No hace mucho le dejamos un pasador de granada sobre la cama, pero se hacía el sueco.
-Escúcheme bien- dijo el teniente mientras me agarraba de los hombros zarandeándome y posteriormente me daba con el dedo índice de la mano derecha en el pecho- no toleraré la insubordinación. Me da igual que sea usted sargento, puedo castigarle de igual modo. ¿Entendido?.
-¿Qué parte la de que puede castigarme o la de sargento?- pregunté al tiempo que sonreía, pero ello solo me acarreó un golpe en la cara.
-¡Deje al herido!- gritó Velázquez- ¿acaso quiere matarlo?.
-¡Vístase!- me ordenó Edwards- salimos esta tarde.

Cabe decir que gracias a Velázquez me dejó en paz, los oficiales no solían discutir al personal médico; también gracias a él estaba ya casi recuperado, solo tenía algunos moratones y marcas rojizas de golpes.

Por la tarde, me aplicaron una pomada y salí a buscar a mi "Squad" (Escuadrón) ,13 hombres incluyéndome a mi, formada por: seis fusileros, un ayudante de ametrallador, un ametrallador, dos cabos y un sargento. Nuestra misión era cubrir a los artificieros, para ir a la búsqueda de "Ratoneras", túneles que diseñaron los Vietcong para poder comunicarse, los que se movían por estos túneles eran llamados "Tunnel rat" (Los ratas de túnel). La tarea de estos especialistas era muy dura; aparte de tener que arrastrarse por las galerías del túnel debían luchar a oscuras contra enemigos, minas, trampas explosivas, agujeros camuflados con estacas punjis, que eran trozos de bambú afilado embadurnados con excrementos, etc. Incluso trampas que podían liberar una serpiente, un escorpión o una araña venenosa. También el Vietcong generalmente llevaba hasta los túneles los cuerpos de sus compañeros muertos, muchas veces "los ratas" tuvieron que reptar sobre cadáveres descompuestos o sobre cloacas, de lo que se desprende que "los ratas" necesitaban mucho más que coraje para realizar esta labor. "Los ratas" bajaban a los complejos de túneles equipados con un cuchillo, una pistola o revólver, las más utilizadas eran la Colt 45 o la Smith & Wesson del 38, y una linterna de codo. Habitualmente también llevaban, a veces, como parte de su equipo: explosivos, máscaras antigas, granadas de gas lacrimógeno y muy rara vez equipos de comunicación, que por lo general eran rechazados por "los ratas", que preferían mantener sus sentidos alerta. Solían ser escogidos entre soldados de origen hispano por su menor talla, pero también los hubo australianos y vietnamitas, entre ellos exploradores desertores del VietCong.

Caminábamos por la jungla, con el sudor impregnado en las ropas, mosquitos por todas partes y un calor incesante; por si pudiese parecer poca cosa, teníamos que estar en un estado de alerta absoluto. Éramos dos grupos, uno dirigido por nuestro incompetente teniente Edwards, éste grupo era un "Platoon" (Sección), compuesto por: mi escuadrón, el escuadrón del sargento Reeds, el escuadrón de McBain, el escuadrón de Morgan, el operador McGuire, éste siempre iba junto al teniente, y el teniente Edwards. Por otro lado estaba el pelotón de "Tunnel rat", entre ellos cabe destacar un hombre, el cual se había empezado a forjar un nombre, Pete Rejo, un cubano alto y nervudo que se ofreció para dos periodos de servicio adicionales con los "ratas de túnel", cabe mencionar que ambos grupos servíamos a la 1ª División de Infantería.

Todo parecía tranquilo, pero de un momento a otro varias balas surcaron el cielo y todos corrieron a cubrirse, algunos no tuvieron mucho suerte y pisaron varias trampas vietnamitas, tales como la "Jode-pies", ésta consiste en cavar un pequeño orificio en el terreno, donde se le coloca una tabla de madera en su base con un clavo, sobre este se le apoya un proyectil sujetado lateralmente por dos cañas de bambú, de tal forma que lo mantengan recto. La punta del proyectil se hace sobresalir de la rasante del terreno, de tal forma que si este es pisado ejerza una fuerza contra el clavo para que este actúe como un percutor y dispare la bala. Las consecuencias nos las podemos imaginar, un tiro en el pie; también los "Cepos", esta trampa era de las más utilizadas por el VietCong. Realizaban una pequeña zanja en una senda o camino, colocaban dos tablas de madera con clavos en su parte superior, éstas se colocaban una frente a la otra pero solo apoyadas por uno de sus extremos, quedando la parte central de las mismas sin apoyo. Se camuflaba con hierba y hojas la parte superior de tal manera que disimulaba la zanja, hasta que el infortunado soldado la pisaba y emparedaba su pie entre las dos tablas, con largos clavos que le atravesaban la pierna, cabe mencionar las minas y explosivos hechos con los restos de proyectiles, explosivos, etc... Que los americanos utilizaban contra los VietCong y no estallaban. seis de los hombres cayeron en trampas y fueron abatidos, algunos de la superficie también y otros resultaron heridos. Parecía que los vietnamitas eran fantasmas, pero conocíamos los túneles y sabíamos que podía haber una entrada no muy lejos de allí.

-¡Steel!- me gritó Edwards- ¡Reeds!
-Señor- respondimos ambos casi al unísono.
-Debéis rodear por la zona este, Reeds estará al mando- nos ordenó el teniente mientras señalaba la dirección- los escuadrones de McBain y Morgan irán por el noroeste, mientras que los "ratas" aguardarán a que encontremos la entrada del túnel.
-Si, señor- respondí.
-Entendido- respondió Reeds.

Reeds nos indicaba la dirección y corrimos por la jungla, bajo los atentos disparos del enemigo. En la carrera hasta unas rocas cercanas, perdimos a tres hombres, dos de ellos por trampas y posteriores disparos. El otro grupo, el del noroeste, se encontró con vietnamitas en tierra y pudieron enfrentarse a ellos; el combate fue muy sangriento, ambos estaban muy cerca y en múltiples ocasiones hicieron uso de las bayonetas. Por otro lado, nosotros continuábamos y vimos como una tapa se elevaba en el aire y de ella salía un enemigo. Le apunté a la cara y le perforé el cráneo, le sacamos de la boca de túnel y apartamos la tapa. Reeds avisó a los "ratas" y éstos acudieron.

-¡Taylor!- llamó el teniente Randy Ellis.

Taylor se introdujo por la boca con la ayuda de dos compañeros más. Taylor sudaba al igual que sus compañeros; éste se internó en el túnel y al cabo de un rato intentaba salir de la entrada del túnel pidiendo ayuda, los dos compañeros fueron a socorrerle y la boca del túnel explotó. Taylor desapareció y los otros dos compañeros murieron; otros que se encontraban cerca resultaron heridos.

-¿Señor que demonios a sido eso?- preguntó Reeds.
-Una trampa de los malditos charlie- respondió Randy Ellis- ¡operador!.
-¿Señor?-
-Llama al segundo grupo y pregunta por la situación-
-Bravo 2, ¿me recibe?, cambio-
-Te recibo Bravo 1, cambio-
-Situación-
-Unos quinientos metros al noroeste de la vuestras, cambio-
-¿Entradas visibles?, cambio-
-Dos, cambio-
-Enviamos a un equipo, cambio-
-Recibido, cambio y corto-

El escuadrón de Reeds se dirigió con un grupo de "ratas" a la situación de los otros dos escuadrones. Nosotros continuamos la marcha en busca de otras posibles entradas. Al cabo de un rato de inspección del terreno encontramos una y ésta fue inspeccionada a fondo, al ser una posible entrada segura, los "ratas" se prepararon. El primero en bajar fue Harold Roper, en su cara había una expresión de incertidumbre y sus manos temblaban. Posteriormente entrados dos hombres más. A lo lejos se oían disparos y algunas que otra explosión, parece ser que los equipos del noroeste estaban encontrado una fuerte oposición.

-¡Soldados!- gritó teniente Randy Ellis- ¡necesito tres voluntarios!
-Yo- dijo el cabo Reagan.
-Y yo- le acompaño el soldado Parker.
-Cuente conmigo- dije sin saber a lo que me enfrentaba.
-Muy bien muchachos- ordenó Randy Ellis- a "retonear".

Antes de entrar en el túnel nuestros compañeros nos desearon suerte, la íbamos a necesitar. Entramos por aquel estrecho y sucio agujero. En la superficie me había quitado todo el equipo, solo llevaba una linterna de codo, el cuchillo reglamentario y la colt 45, al igual que mis compañeros. Una vez dentro, nos encontramos con un "rata", al parecer había varias salidas.

-Por las salidas uno y dos, han salidos mis compañe...- el soldados fue interrumpido por una explosión proveniente de la salida uno- mierda...Corrijo, por la salida dos se ha internado mi compañero.
-¿Nosotros por donde debemos ir?- preguntó Parker con impaciencia.
-¿Tantas ganas tienes de que te maten?- el "rata" nos miró-. Para evitar las trampas iluminad bien el camino, palpar con el cuchillo y recordad a los tres disparos recargad el arma, nunca se sabe lo que puede pasar. Tú serás R1 (Parker), tú R2 (Yo, Steel) y tú R3 (Reagan). R1 por aquella salida, R2 por esa y R3 vendrás conmigo y subiremos a los nidos desde donde han estado matando compañeros. ¡Adelante!.

Todos nos dirigimos a nuestras salidas y comenzamos a reptar cuales serpientes. Me arrastraba por aquél sucio, húmedo y maloliente túnel. Cualquiera que se internase en aquellos largos ataúdes y dijese que no tiene miedo, estaría mintiendo. Hoy todavía recuerdo el miedo que pasé. No se veía apenas nada, pero tuve la suerte de poder parar antes de tirar de un mortífero cable. Todos sabíamos lo que significaba cruzar un cable, sería como abrirnos una granada en la boca y sonreír, mientras sabemos que tarde o temprano nos estallará en la cara. Seguí el cable cuidadosamente con los dedos y descubrí la granada, la desenterré y la dejé cuidadosamente enterrada en el lado paralelo, así el cable ya no sería un problema para nadie. Tras un largo rato arrastrándome por el túnel, oí voces, apagué mi linterna y saque la colt. Dos vietnamitas, con velas se acercaban a mi posición. La tensión en mi cuerpo era brutal, sudaba, me faltaba el aliento y temía hasta marearme. Una vez tuve a tiro al primero no me lo pensé dos voces y disparé. El proyectil impactó contra el ojo del enemigo y acabó con su vida. El segundo sacó una pistola por encima del cadáver y comenzó a disparar. Me temí lo peor, pero al no poder apuntar disparaba más alto de lo normal y la balas no me alcanzaron; aún así pegué un grito de dolor y me hice el muerto. El vietnamita se acercó a mi con cautela. Posteriormente todo ocurrió muy rápido, saqué la colt el vietnamita disparó pero su arma estaba descargada y tres disparos impactaron contra su pecho y cara, matándolo en el acto. Siguiendo el consejo del rata, recargué el arma y continué. Me arrastré por encima de los cadáveres, empapándome de sangre y barro. El túnel pronto dio a una sala más amplia, en la que había varias velas encendidas, sangre por las paredes, suelo y objetos, y varios vietnamitas y dos americanos muertos, siendo recogidos por tres ratas.

-¡Joder!- gritó un "rata"- tío casi te vuelo la puta cabeza, joder.
-Sargento- me saludó Parker- ¿Os habéis encontrado con los vietnamitas que huían?.
-Si, están muertos- respondí al tiempo que miraba a Parker, intentaba aparentar dureza, pero sudaba como un cerdo y temblaba con un desnudo en Siberia.
-Buen trabajo Sargento- un hombre alto, delgado y nervudo me tocó el hombro- Ahora hay que sacar a nuestros compañeros y salir de aquí.

Miré los rostros de los vietnamitas y vi uno que me resultaba familiar, tenía el rostro inexpresivo e increíblemente todavía conservaba una mirada desafiante, en aquel momento pensé que podía haber muerto el hombre como tal, como cuerpo orgánico, pero que el alma del guerrero seguía viva en su interior. Recogimos a los dos muchachos muertos y los sacamos a la superficie. Allí estaba solo el "rata" que habló con nosotros antes de que nos separásemos. Me acerqué a su posición y pude ver tres cadáveres; uno seguramente era el compañero muerto por la mina, pues tenía la cara destrozada, otro era Reeds, el cual tenía dos tiros en la cara y al último le faltaba una pierna, seguramente fuese el otro compañero.

-¿Cómo ha ido?- me preguntó el "rata", su voz era solemne, pero su manos temblaban al sujetar el cigarrillo y tenía los ojos llorosos.
-Bien, dentro de lo que cabe, por lo menos he salvado el pellejo- respondí, yo no podía ocultar mis nervios, tenía la adrenalina por las nubes y ni siquiera podía beber de una cantimplora sin que se me derramase.
-Esos sitios son un puto infierno-
-¿Has pasado miedo?-
¿Miedo?- preguntó retóricamente el "rata" y posteriormente siguió hablando- He sentido más miedo del que jamás he sentido. Los del Vietcong llevan a sus muertos a los túneles después de muertos porque saben que hacemos recuento de cadáveres. Encontrarse con uno no es nada agradable. Es como si hubieran estado allí una semana…¡apestan! Todo se descompone allí abajo rápidamente a causa de la humedad. He pasado junto a cuerpos descompuestos varias veces. No me ha producido náuseas. Yo soy un jodido animal…los seres humanos no hacen las cosas que nosotros hacemos. Estoy entrenado para matar o morir. Al recordarlo parece incluso irreal, pero sé que debo volver a viajar a esos malditos ataúdes de arena, al fin y al cabo ya estoy muerto solo que todavía no lo sé. Por cierto, me llamo Harold Roper.
-Yo soy Steel- le agarré del antebrazo fuertemente- un placer y buena suerte.
-Lo mismo digo-

Posteriormente llevamos a los cadáveres y heridos a una zona despejada donde pudieran ser recogidos; los Hueys aterrizaron y nos llevaron a todos de vuelta a la base. Durante el camino comencé a pensar en lo que había hecho y comprendí y aprecié el poema del médico, entendí como esa gente había perdido su percepción de la justicia, de lo bueno y de lo malo, y en definitiva, de su alma humana; eran simplemente ratas, ratas fuertes y temerarias que le devolvían la sonrisa a la muerte.

Continuará...

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Información adicional:

Imagen que representa los túneles

Spoiler:

Colt 45

Spoiler:

Smith & Wesson del 38

Spoiler:

Algunas trampas vietnamitas

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Última edición por Taokanimemetal el Lun 11 Mar 2013, 22:51, editado 2 veces
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MensajeTema: Re: La guerra de los 9 años (parte 2)   La guerra de los 9 años (parte 2) EmptyLun 11 Mar 2013, 20:53

buen good chapter, aunque e visto un par de errores, que recuerde esta este: al caer se apreciaba su cara de dolor por forjar la pierna herida.
querrás decir, al forzar la pierna herida. el capitulo es bueno se te da muy bien escribir, y ademas tus historias ambientadas en esta época son las mejores.
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MensajeTema: Re: La guerra de los 9 años (parte 2)   La guerra de los 9 años (parte 2) EmptyVie 19 Abr 2013, 22:21

CAPÍTULO 2 (AGENT ORANGE)


La guerra de los 9 años (parte 2) Agentorange


-Curioso- dijo Duong quien parecía sorprendido-. Nunca oí hablar sobre los “ratas de túnel”, conocía la existencia de los túneles, pero no de los soldados estadounidenses que luchaban en ellos.
-Es cierto que sobre la guerra de Vietnam hay multitud de información, pero no toda se saca a la luz, solo la que nos afecta más directamente y de forma general, como bien puede ser el “agente naranja”- hice una pausa y di un trago al vaso que había en la mesilla de la habitación de Duong-. Si realmente queremos conocer en profundidad la guerra en la que luchamos, o bien deberíamos haber vivido el momento o bien complementarlo con información extra, obteniéndola de todas las fuentes posibles.
-¿Agente naranja?- preguntó Duong con interés.
-Bueno, más conocido como la “mierda naranja”- dije y posteriormente me apuré el vaso.
-Ah, el componente químico que lanzaban desde el aire para destruir cultivos, selva y bueno, en definitiva, gente.
-Si, en efecto- dije mientras me estiraba-. En realidad no es que arrasase a la gente o que tuviese ese fin, sino que te podía quemar la piel, los ojos, la garganta, deformar los fetos y matarlos; también multitud de cánceres y miles de problemas más, tales como respiratorios. No pienses que los vietnamitas fueron los únicos afectados por este componente, muchos sufrimos sus efectos.
-Papá...No me digas que- El rostro de Duong reflejaba preocupación.
-No, tranquilo- me aclaré la garganta y continué-. Yo solo tuve problemas con la garganta, los cuales se solventaron y estuve cerca de joderme los pulmones; no apuntes el joderme, hijo.
-Tranquilo, papá- respondió Duong con una sonrisa- ¿tienes alguna historia sobre ese “agente naranja”?
-Si, pero no comienza con el “agente naranja”...

Marzo de 1967

El sol salía tímidamente de entre la enorme selva y el fresco de la mañana parecía huir de los imponentes rayos de nuestro amigo rojizo, el calor comenzaba a brotar nuevamente. Tres Hueys surcaban el cielo y yo iba en uno de ellos con mi escuadrón y el de Parker, quien a lo largo de estos meses había conseguido ascender rápidamente, los oficiales decían que por su valentía, cualquier persona cuerda lo llamaría temeridad, arriesgaba demasiado; el segundo lo ocupaban otros dos escuadrones, los de McBain y Morgan, también iba nuestro queridísimo teniente Edwards; el tercero era de apoyo. Nos dirigíamos a una colina, ésta se encontraba en la frontera con Camboya y en ella habían construido posiciones defensivas con trincheras y sacos de arena; también contaban con el apoyo de dos M113 armored personnel carrier. La colina parecía una robusta fortaleza en mitad de aquella maldita jungla, en aquel lugar los peores enemigos eran el calor, los mosquitos y la humedad. Nos asignaron los puestos y los barracones. Las guardias eran de doce horas por escuadrón. Había un total de dieciséis escuadrones, es decir, cuatro pelotones, lo que hacía una compañía. En la base había ocho puntos de guardia, posicionados al igual que los puntos cardinales. La guardia de ocho de la noche a siete de la mañana, guardia de noche, nos correspondía a nosotros.
Eran las siete de la tarde y estábamos en el barracón junto a otro escuadrón, uno que llevaba en este lugar casi tres meses, su oficial era el sargento Tom Curtis. Los hombres estaban tumbados en sus literas, charlaban, jugaban a las cartas, fumaban, comían y bueno, todo lo que en el tiempo libre estaba permitido y lo que no. Nosotros a veces participábamos en dichos actos, sobre todo cuando el bueno de “Charlie love”, nombre que le poníamos a un chulo vietnamita, nos traía a sus amigas de un pueblo cercano. Tom y yo hablábamos y observábamos a los hombres.
-¿Sabes una cosa?, Stell- preguntó Tom al tiempo que daba una calada.
-Dime-
-Seguro que los Charlie plantan esta mierda verde para hacernos débiles- Tom tenía la cara roja, al igual que sus ojos y parecía estar a punto de dormirse a cada instante.
-Es lo más probable, Tom, lo más probable…-
Lo cierto era que me resultaba un poco aburrido y monótono hablar con Tom, todo lo que ocurría era culpa de los Charlie; la mayor estupidez que oí salir de su boca fue cuando se le derramó el café en la camisa, recuerdo sus palabras: “¡Joder!, ¡putos Charlie!. Seguro que han cambiado las tazas por unas más débiles….Hay que estar atentos muchachos, nunca se sabe que trampa habrán puesto esos cerdos”. Aquello resultó tan absurdo que hasta el capitán se le quedó mirando con cara de incredulidad. Por ello y por todas las tonterías que salieron de su boca decidí ir con los hombres, usando la conocida escusa del baño. Me dirigí a un soldado que me caía especialmente bien, era un muchacho algo ingenuo e inocente que dejó la universidad y su equipo de fútbol americano para venir aquí, según él: “A combatir el comunismo y la opresión”. Aunque a día de hoy ya había cambiado bastante su perspectiva.
-¿Cómo lo llevas?, Fraser- pregunté sin un exagerado interés, al contrario de la mayoría de oficiales cuando querían entablar conversación con la tropa.
-Ahí vamos- dijo mientras se recolocaba las gafas- y ¿usted?, señor.
-Si no tenemos en cuenta el calor, el peligro y la tensión de un ataque inminente y esa asquerosa lluvia sin fin, bien, muy bien-
-Con todo el respeto, señor- dijo mientras se reía- me gusta su cinismo, debería escribir un libro.
-Si así fuese lo titularía: ¿Quién coño parará la lluvia?- dije mientras miraba por la ventana
-Bueno, para adaptarlo a un público más amplio, debería poner solamente: ¿Quién parará la lluvia?, ¿no cree?, señor- David Fraser estaba tumbado en su cama y tenía un libro apoyado en su tronco, sus dedos hacían la vez de marca páginas para evitar que el libro se cerrase.
-Sí, pero eso lo dejo en mano de los editores- miré su libro y pregunté- ¿qué está leyendo?, Fraser.
-Las memorias de Rommel, señor- me dijo al tiempo que levantaba el libro y dejaba ver claramente la tapa del libro.
-¿Rommel?- pregunté extrañado
-Erwin Rommel, señor- Fraser se volvió a recolocar las gafas-. Fue un oficial de la Wehrmacht que luchó en áfrica del norte contra las tropas británicas en la segunda guerra mundial.
-Un nazi, ¿no?-
-En efecto, señor- Fraser me miró atentamente- espero que no me juzgue mal, señor.
-¿Por qué le iba a juzgar?, ¿por leer un libro?- miré a Fraser fijamente- debería juzgar a quienes lo critican o bien no lo hacen.
-¿Un nazi?, ¿un jodido y asqueroso nazi?- preguntó Tom con una botella de whisky en la mano- mi abuelo murió luchando contra los nazis, asquerosos asesinos de judíos. Les vinieron bien los juicios de Nuremberg.
-Maldito ignorante- dijo Fraser en voz baja.
-Seguro que tu eres uno de ellos- acusó Tom- es más, seguro que eres un Charlie disfrazado.
Fraser, yo y algunos de los presentes rompimos a reír.
-¡Callad!, ¡callad todos!, ¡todos sois unos malditos Charlie!- Tom radiaba una furia incontenida, una furia desgarradora, una furia artificial, creada a partir de un odio irracional. De un momento a otro se desplomó y comenzó a llorar y a gritar- ¡Quiero volver a casa!, ¡quiero volver a casa!
Todo el mundo observaba al sargento y, de repente, se oyó como se abría bruscamente la puerta y entraban el capitán, los tenientes y varios hombres, éstos últimos empujaban a los soldados y abrían paso a los oficiales de mayor rango.
-¿Qué demonios ocurre aquí?- preguntó enérgicamente el capitán-
-Es el sargento Tom, señor- respondí de inmediato- ha entrado en una crisis, señor.
-¿En una crisis monetaria?- preguntó cínicamente el capitán y posteriormente, como era característico en él, gritó- ¡Explíquese!, sargento.
-En una crisis emocional, señor- mientras respondía al capitán, pude ver una sonrisa, a mi parecer maliciosa, en la cara del teniente Edwards- parece ser que quiere volver a casa, al menos eso decía constantemente, señor. Ahora solo se limita a sollozar, señor.
-Eso ya lo veo. Joder, ni que fuese usted médico- el capitán caminó hacia el sargento- me refiero a: ¿qué coño le ha provocado esa supuesta crisis emocional?, sargento.
-No lo sé con exactitud, señor- miré fijamente al capitán- posiblemente el alcohol o las drogas ingeridas, también puede ser su conocido odio irracional por los Charlie o la mezcla de ambos, señor.
-Ahórrese su opinión personal, sargento- el oficial superior me miró desafiante- lo de irracional… Sobra, sargento.
-Entendido, señor-
-Ahora- ordenó-llévense a este inútil y hagan el maldito cambio de guardia.
-A la orden, mi capitán-
Todo el mundo se puso manos a la obra, yo preparé a mis hombres y fuimos a nuestro puesto de guardia, el puesto noroeste; el resto de personas en el barracón, o bien se llevaron al sargento a la enfermería o bien volvieron a sus quehaceres.
El cielo estaba oscuro, pero se apreciaban las negruzcas y grisáceas nubes en el cielo, se sentía la fina pero constante lluvia y todos nos preguntábamos: ¿Quién parará la lluvia? Yo sabía quién no lo haría, el teniente Edwards. Nos refugiábamos en las trincheras que tenían como techo telas plastificadas y llenas de hojas superpuestas y entrelazadas en la red verde que portaba en la zona superior; desde la lejanía la trinchera parecía un montículo de hojas más, lo único que delataba a nuestra preciada base eran los barracones, el tendido eléctrico, los blindados, los sacos de arena y el constante ruido. El soldado Fraser fue asignado a mi batallón, como castigo a su supuesto antisemitismo, para hacer la guardia de noche. Al cabo de tres horas, no se veía más allá de un metro de distancia, y yo, bien por el aburrimiento, bien por no dormirme, entablé conversación con el soldado “antisemita”.
-Bonita noche- dije con cinismo- si no tene…
-Si no tenemos en cuenta la lluvia, mi castigo y el peligro y tensión de un ataque inminente- Fraser parecía molesto, pero en su respuesta no se apreciaba hostilidad- dicen que soy un antisemita, señor.
-La ignorancia es atrevida, soldado- me senté a su lado- sobre todo si proviene de un hombre con cierto poder, como en este caso, un oficial al mando.
-Por si fuese poco, señor- Fraser hizo una mueca de fastidio- ha destrozado el libro y posteriormente quemado en la estufa de las cocinas, señor.
-Lo lamento, soldado- dije con resignación- si pudiese devolveros el libro, lo haría.
-¿Cómo es posible que se tache a un grupo de gente de asesinos, aún sabiendo que nosotros también lo somos?- preguntó Fraser, sin dirigirse a nadie en particular- ¿Cómo demonios es posible que la batalla se llame batalla y un acto cometido por los perdedores de la guerra, fuera de la batalla, se llame crimen?-
-Se llama hipocresía histórica- respondí con vehemencia- nosotros ganamos la guerra y por lo tanto los actos que cometimos solo fueron pasos para lograr nuestro objetivo, mientras que lo que hizo el enemigo son crímenes. La batalla se llama batalla porque tanto los vencedores como los perdedores, matan. El ser humano tiende a juzgar siempre desde su punto de vista sin tener una mirada objetiva y sin simpatizar con el contrario; se dejan llevar por el odio y las emociones mundanas del momento. Es cierto que los nazis cometieron crímenes atroces, pero los jueces también, por lo tanto, en ¿dónde basan su moralidad?, en la victoria; yo gano, tú callas y pagas las consecuencias de este absurdo y costoso juego, pues los bancos y nuestros países necesitan dinero rápido y ¿qué mejor que asegurarse esclavos?, esclavos destrozados y humillados dispuestos a pagar por sus actos ya que están “muy arrepentidos”.
Fraser me agarró del antebrazo, me abrazó y posteriormente pude observar cómo le caían las lágrimas por sus mejillas, nunca entendí su comportamiento, solo pude suponer que lo hacía por la rabia acumulada, la impotencia de no poder expresar sus sentimientos o bien el hecho de encontrar a alguien que no le criticase constantemente y que pensase de forma similar. Le di unas palmaditas en la espalda y se reincorporó.
-Tranquilo, hombre- le dije mientras agarraba su hombro- ni que hubieses sufrido las consecuencias de la guerra.
-Yo nací en 1947, a la edad de quince años, en 1962 fui a visitar a mi familia alemana en la RDA; nos pusieron muchas trabas, bueno ya sabes cómo son los rusos, solo nos concedieron un permiso de dos semanas. A pesar de ello, aprendí mucho de la zona oriental de Alemania y los contrastes con la RFA, es decir, la zona occidental la cual era mucho más rica. La primera semana todo fue bien, hasta que vinieron a buscar a mi tío, por supuesta traición al régimen; mi madre, como es obvio, intentó impedir que se llevasen a su hermano. Mi padre al ser británico solicitó ayuda a la zona occidental y el proceso se detuvo, momentáneamente, pues a la segunda semana, dos días antes de partir iba con mi padre y mi tío a comprar el pan, cuando unos hombres vestidos de paisano comenzaron a tirotear el coche- Fraser hizo una leve pausa y pude ver cómo su cara se truncaba en un rostro sombrío, un rostro lleno de rabia, pero que la guardaba en lo más profundo de su corazón, de su alma- el primero en morir fue mi padre, también murieron dos civiles y resultaron heridos varios más, incluyendo a mi tío; posteriormente, los hombres se fueron en un coche. Yo estaba en el suelo temblando y llorando, viendo a mi padre muerto y a mi tío desangrándose en el suelo, éste me dijo que corriese a casa y abandonase la zona con mi madre. Corrí y corrí hasta la casa y cuando entré la puerta estaba forzada, mi tía estaba en el suelo, herida y magullada. Le pregunté por mi madre y me dijo que se la habían llevado. Vi el número de la embajada británica y llamé, solicitando y contando lo ocurrido. Al cabo de unos minutos, varios policías entraron en la casa y nos llevaron tanto a mi tía como a mí a la embajada británica. Al cabo de dos horas nos informaron de que mi padre había muerto, mi tío estaba en el hospital y mi madre se encontraba en una comisaría, pues había ido a solicitar ayuda y se encontraba bien. Una vez nos fuimos de Alemania y enterramos a mi padre, nos enteramos de que los británicos habían pedido explicaciones a los rusos y éstos habían alegado estar luchando con la banda de criminales que habían cometido, no solo el asesinato de mi padre, sino varios más. Tres años más tarde, un reportero francés hizo un documental sobre las bandas criminales que trabajaban con el gobierno de la RDA y su central de inteligencia, la “Stasi”, para evitar responsabilidades legales y tener que dar muchas explicaciones internacionalmente; por supuesto, los rusos lo negaban acérrimamente.
-Lo siento, Fraser- dije con cierta culpabilidad- no pretendía hurgar en tu herida.
-Tranquilo, tú no tienes la culpa- dijo mientras agarraba el fusil con ambas manos, apoyaba la culata en el suelo y se sostenía en él- tú no podías saberlo.
-Bueno, supongo que es hora de descansar- dije al tiempo que me tumbaba, buscando la postura más cómoda-. Buenas noches, Fraser.
-Buenas noches, señor-
Cerré los ojos unos minutos mientras escuchaba a los animales de la selva, los cuales no parecían dormir nunca. No sé cuánto tiempo pasó hasta que escuché el primer disparo, solo sé que me desperté sobresaltado y ordené a mis hombres que no se moviesen de su posición. Al cabo de unos minutos me informaron que varios escuadrones americanos y coreanos, se batían con los vietnamitas al sur de la base. Desde nuestra posición se escuchaba el rugir de las ametralladoras, los fusiles de asalto y el impacto de las granadas, además de las bengalas que surcaban el cielo. De repente, se oyeron disparos y los escuadrones que custodiaban la zona nordeste comunicaron que estaban siendo atacados. La lluvia caía incesantemente y entorpecía las comunicaciones, pero aún así, podíamos mantenernos comunicados. Al cabo de segundos, atacaron nuestra posición, las balas surcaban el aire y muchas impactaban contra los sacos de arena y maderas que nos servían de protección. Ordené que devolviesen el fuego y así lo hicieron. Mientras disparábamos al enemigo sin saber los daños que hubiésemos podido causar, nos llegaron noticias de que la zona sur estaba sufriendo bastante y que tendrían que llevarse el otro blindado a la posición. El blindado estaba disparando al enemigo y no contestaba a la radio, alguien tenía que ir. Decidí que tendría que ser yo, todavía recordaba aquella vez que le ordené a uno de mis hombres que corriese, se llamaba García, no murió, pero quedó herido. Posteriormente, moriría en la famosa lucha de las barcas…

-Padre, perdona que te interrumpa- dijo Duong- la lucha de las barcas en ¿qué año fue?
-Fue en el 69-
-Pero…-
-Mira te explicaré la línea de tiempo- dije mientras me rellenaba el vaso con agua-. Comencé en el 65 y luche en varias batallas, la más importante la del valle de la Drang. Posteriormente, en el 66, fue ascendido oficialmente a Sargento y continué en diversas expediciones. A principios del 67, me incorporaron al pelotón de Edwards, donde tanto los hombres como yo sufrimos física y psicológicamente; física, por los combates y psicológicamente, por ver como morían hombres por la ineptitud de un necio que cree ser el Rommel americano. En el 68 me concedieron volver a casa, aunque no dijeron si era para siempre, me dijeron: “Puede volver a casa, pero no le coja mucho cariño al sofá”. Tuve una pequeña trifulca con unos policías, estaban borrachos y me peleé con ellos, uno de ellos murió y tanto el otro como yo resultamos heridos, yo en menor medida; gané el juicio, pero el ejército aprovechó para solicitarme otra vez, volví a principios del 69. Una vez allí, me destinaron a patrullar los ríos, más concretamente, el Mecong, aunque también patrullé otros de menor importancia. A mediados de los 70, la guerra se veía como una clara catástrofe y fue cuando ocurrió lo de las barcas, por supuesto, el gobierno lo utilizó como propaganda e hice una gira de tres meses, por los estados, para vender bonos de guerra. Luego, fui destinado a la oficina, donde cuidé de ti hasta que volvimos en el 72, y bueno, ya sabes el resto. Por unas cosas o por otras, me he chupado casi toda la guerra y ¿qué he recibido?, nada; al igual que muchos de mis compañeros.
-Vale, ya tengo más o menos una línea histórica clara- dijo Duong mientras anotaba-. Continúa, por favor.

Bueno, decidí que tendría que ser yo quien les avisase. Corrí bajo fuego enemigo, multitud de disparos se oían a mi alrededor, algunos rebotaban, otros impactaban contra el suelo y levantaban pequeñas porciones de barro, y solo unas pocas consiguieron provocarme heridas superficiales en la piel a causa del roce; he de admitir que la suerte estuvo de mi lado. Una vez llegué a la posición del blindado, me acerqué a la torreta y por una trampilla contigua me interné en él. En el interior estaban el piloto y el copiloto, el primero yacía muerto en su asiento y el segundo, disparaba por la rendija del visor con un M14, fusil un tanto desfasado para el momento, pero yo creo que mejor que el que portábamos, cabe decir que los M16, en un principio dieron multitud de problemas; esos malditos bichos te podían llegar a explotar en la maldita cara, por suerte a mí nunca me pasó. Bueno, cogí del hombro al copiloto y le di las nuevas. Inmediatamente después, salí del vehículo y volví a mi antigua posición. Durante mi regreso y una vez allí, pude comprobar que mis hombres habían repelido el ataque de su posición y perseguían a los Vietcongs que se batían en retirada. No lo pensé ni un momento y salí corriendo tras ellos y les ordené que regresasen, pero con el fragor de la batalla, mis gritos quedaban ensordecidos por los martillos que golpeaban los proyectiles y los lanzaban, como si de rayos se tratase. Me acerqué a ellos, disparando y cesé cuando agarré a Fraser por el hombro.

-¡Alto el fuego!, ¡alto el fuego!- grité, al instante algunos de los hombres también comenzaron a gritar: “¡Alto el fuego!”, lo cual provocó que éste cesase. Una vez todo estuvo en calma y solo se oían los distantes disparos de la base, continué hablando- ¿quién coño os ha dado permiso para abandonar vuestra posición y dedicaros a la caza?, ¿eh?
-Señor, con el debido respeto- dijo Kurt. Era un hombre de hombros y pecho anchos, con la fuerza de un toro y toques de locura; era nuestro ametrallador favorito, la manejaba como si fuese un juguete y tenía bastante buena puntería con ella, por si no ha quedado claro, me refiero a la ametralladora, aunque cabe mencionar que él solía llevarlo al tema sexual, sobre todo cuando aparecía “Charlie love”-. El escuadrón de Curtis, que custodiaba la zona nordeste junto al escuadrón de Hanks, también había hecho retroceder a los Charlie y les habían perseguido, señor.
-y ¿si el escuadrón de Hanks o el de Curtis o ambos se tirasen por un maldito barranco, dime, tú también lo harías?, soldado- le pregunté mosqueado por su forma simplista de pensar-. No hace falta que conteste, era retórica. De todas formas, ya no hay vuelta atrás, no podemos permitirnos que avisen al resto y comience una ofensiva mayor. Por si fuese poco, las comunicaciones con el exterior fallan y nuestro operador está muerto, su cadáver está ahí y su radio está más agujereada que un queso gruyer.
-Lo siento, señor- dijo Kurt-.Creo que hablo por todos al decir esto, no pretendíamos ni ofenderle, ni enfadarle, solo hicimos lo que creímos correcto, señor.
-Lo sé, Kurt, sé que habéis hecho lo que creíais correcto, pero los superiores existen para algo, aunque también entiendo vuestra reticencia a creer en ellos, solo hay que mirar a Edwards- al decirlo muchos rieron-. Igualmente espero no haber ofendido, ni a ti, ni a nadie. Ahora más que nunca vamos a necesitar ser una piña, no sabemos lo que nos espera en esa maldita jungla y si nos quedamos aquí charlando nunca lo averiguaremos. Soldados, en marcha y mirar por donde pisáis.

En aquel momento sabía que los hombres debían estar unidos y confiar los unos en los otros, muchos de los problemas surgidos en los escuadrones y en otros grupos militares de mayor o menor medida, era la falta de confianza, tanto en los compañeros como en los superiores y un ejército desunido equivale a miles de muertos y una derrota segura. Nosotros no representábamos a todo el ejército y la guerra no estaba en nuestras manos, pero había que sobrevivir y para ello debíamos estar unidos. Continuamos a través de la húmeda e inhóspita selva, caminábamos por el fangonoso suelo y agudizábamos los sentidos. La primera parte del viaje fue tranquila, pero de un momento a otro, uno de los hombres tiro con la pierna de un cable y una granada explotó, quedándose éste sin pierna e hiriendo a otros dos, los cuales para su infortunio cayeron en unas minas, éstas siguieron el ejemplo de la granada y los mataron, también hirieron a otros hombres superficialmente. Nos pusimos a cubierto y uno de los cabos, cayó en otra trampa vietnamita; su pierna fue penetrada de un extremo al otro por cientos de pequeños palos afilados de bambú. Mientras gritaba, un ráfaga acabó rápidamente con su vida.

-Maldita sea, mueren más hombres por trampas en esta maldita selva que por fuego enemigo- dijo Kurt.
-No desesperes, es así en casi todas partes- afirmó Fraser.
-¡Dejar de parlotear y abrir fuego!- grité. Había que crear una distracción, por otro parte, cogí a un grupo de tres hombres y les dije que inspeccionasen el flanco derecho. Éstos, se acercaron a un paso rocoso cercano a las montañas circundantes y recibieron un fuego cruzado de ambas partes del paso. Murieron dos de ellos y el tercero de cubrió tras un gran cúmulo de rocas. Supuse que si nos desplazábamos hacia allí, podríamos hacer frente al ataque vietnamita, ordené que el grupo avanzase y así lo hizo, en nuestra carrera, cayó un hombre más, ya habían muerto seis hombres, incluyendo al último. Solo quedábamos cinco y dos resultamos heridos en nuestra carrera; uno en la pierna izquierda, recibió dos impactos y yo uno en el hombro derecho, por si ello pudiese parecer poco, una me rozó el abdomen dejándome una herida superficial, pero sangrante. Los dos que resultamos heridos, caímos al suelo y fuimos arrastrados hasta la roca. Una vez en la roca, mientras los hombres supervivientes abrían fuego contra el enemigo, un sanitario me limpiaba y vendaba las heridas; el otro lo tenía peor, pues tenía la pierna bastante dañada.

-Coja de ahí e intente juntar ambas partes, señor- dijo el médico mientras limpiaba las heridas.

Yo iba juntando ambas partes de piel y el médico iba poniendo algo extraño en ellas y las vendaba, todo ello ocurría mientras el herido mordía un palo y sollozaba.

-¿Qué demonios es eso, doctor?- pregunté mientras señalaba un bote.
-Superglue- el médico me miró- un pegamento.
-Se lo que es el superglue, pero...-
-Cosas de médicos-
-No tengo intención de discutir, pero no creo que eso sea muy “sano”- dije y acto seguido agarré mi fusil y comencé a disparar; tenía que hacerlo sentado pues me resultaba difícil mantener en pié, debido a la pérdida de sangre, aún así, juraría haber visto como caían varios vietnamitas por mi fuego. Tras unos minutos de intenso fuego, el enemigo dejó de disparar y nosotros también. Ordené a uno de mis hombres que explorase la zona. Al cabo de un rato, volvió seguido por varios hombres, entre los que pude ver a Hanks.

-¡Hanks!- llamé.
-Vaya, vaya, si es el señor Stell- dijo con una sonrisa- ¿cómo va eso?.
-Jodido-
-Hemos conseguido reducir, creo, a todos los Charlie del paso-
-¡Señor!- gritó uno de los hombres desde el paso- ¡Señor, los Charlie escapan!

Todos nos pusimos en marcha, a excepción del médico y el herido, quienes se quedaron al amparo de las rocas. Nos pegamos una “carrera”, mas no fue una carrera de correr, sino que andamos a un ritmo ligero, pues había varios motivos, el agotamiento físico, las heridas y las posibles trampas. A lo largo de nuestro recorrido disparamos algunas veces, más que nada a algún o algunos rezagados vietnamitas. Tras, sería justo pensar, varias horas de marcha, pues el sol comenzaba ya a salir, llegamos a unos arrozales, donde acabamos con tres vietnamitas, los últimos del ataque o al menos eso suponíamos. Oí un ruido lejano y ordené que todo el mundo se pusiera a cubierto. Al cabo de un momento nos dimos cuenta de que era un helicóptero, un Huey de apoyo con una Browning en la puerta. A los arrozales llegaban varios campesinos, los cuales se pusieron a trabajar; mientras unos recogían, otros plantaban. Estaríamos a unos cuatrocientos metros de ellos, pues se podía ver que eran solo eran mujeres y niños, y bueno, algún que otro joven. También comenzamos a oír otros ruidos, pero éstos eran de nuestros pájaros. El helicóptero disparó cerca de los campesinos y éstos comenzaron a correr, pero era demasiado tarde, los pájaros pasaron y soltaron un fluido extraño, era como cuando en los incendios, los aviones y helicópteros de los bomberos sueltan el agua, pero ello no era agua; olía extraño y los campesinos gritaban, lloraban y tosían; algunos se retorcían en el suelo. La sustancia cayó cerca de nosotros y nos comenzó a picar la garganta, escocer los ojos y más síntomas de mal estar. Ordené que nos fuésemos de allí lo antes posible. Mientras volvíamos por la selva vimos a Edwards avanzando hacia nosotros acompañado por cuatro soldados. Se acercó y me abofeteó.

-¿Qué demonios hacéis?- preguntó enojado- ¿quién demonios os ha dado permiso para abandonar vuestra posición?, ¿Qué hacían heridos y cadáveres abandonados en el camino?, ¿¡acaso no sabéis que nosotros no abandonamos a los nuestros!?
-Señor, no los hemos abandonado, dejé al sanitario Will...
-¡Calla!- gritó mientras nos miraba y señalaba- No merecéis honores, no...
-Señor, ellos habrían entorpecido nuestra marcha, ellos ha...
-¡Callate!, ¡o te juro por dios que te pego un tiro aquí mismo!-. ¡Solo sois esco...

Una ráfaga penetró en el abdomen del oficial y éste cayó, todos o nos pusimos cuerpo a tierra o nos apartamos rápidamente, pero al reincorporarnos nos dimos cuenta de que era Fraser, quien portaba en sus manos un arma, un arma enemiga, el AK-47. Los cuatro hombres que iban con el oficial apuntaron a Fraser y nosotros a ellos.
-Todo sabemos quien era- dijo Fraser mientras bajaba el arma- si alguien cree que merece ser vengado, adelante.

Los hombres se miraron y todos bajaron las armas.

-Hubiese sido mejor haberlo hecho con una granada de mano en mitad de un combate, pero supongo que da igual, al fin y al cabo es munición enemiga la que tiene en el cuerpo y todos hemos visto como los vietnamitas disparaban- dijo Hanks- ¿no es cierto?.

Todos asintieron, Fraser dejó el arma junto al cadáver de su dueño. Yo, por otro lado, ordené recoger a los heridos y los cadáveres de los nuestros y llevarlos de vuelta a la base. Caminé y cuando todos se iban, me giré y vi a Fraser de rodillas hablando con el cadáver, no entendí nada de lo que le dijo, solo pude oír al final: “Gracias pequeño Charlie”.

Nunca le pregunté qué demonios había hablado con el cadáver, solo sé que ese día fue el único que le vi sonreír, en un principio pensé que la guerra le había provocado algún tipo de locura, pero en los dos meses siguientes que serví junto a él no observé nada raro. Luego nos separamos y nunca le volví a ver, pues regresé a Saigón donde un mes después me destinarían a una unidad de reconocimiento.

-Entonces- Duong hizo una breve pausa y posteriormente preguntó- ¿cómo resumirías el agente naranja?
-Es un componente químico, un arma, un arma poderosa que puede destruir al ser humano, los animales, las plantas y quién sabe, tal vez hasta las rocas; todo ello, acompañado de sufrimiento, miedo y desesperación- suspiré y continué- algo que no solo quema la piel e irrita al cuerpo o trunca y deforma al hombre, sino también al sentido común.
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