CAPÍTULO I
“TODO TIENE UN COMIENZO”
La rica familia Onars poseía la zona meridional de levante de la isla, zonas ricas en cultivos y pastoreo.
La familia Ferrandos, la zona meridional de poniente, con algunos campos y frondosos bosques.
La familia Salandrils, los campos septentrionales de poniente y los bosques colindantes.
Las tres poderosas familias, junto con la cúpula de magos de fuego, formaban el concilio y por lo tanto, decidían quien ocupaba o no el puesto de gobernador y demás cargos de la administración. Ellos eran los amos de Khorinis.
Las nubes se tornaban negras y la tranquilidad, ruidosa, pues la lluvia no cesaba de caer. El héroe de esta historia, aunque más bien debiera decir, hombre, cuyo nombre no era otro que, Durán. Era un tipo de estatura media, más de vara y media de altura y menos de dos, más próximo al dos que a la vara y media. Tenía el cabello oscuro como el carbón y luengo; de ojos verdes claros con tonos azulados y ostentaba una poblada barba desaliñada, al igual que su cabello. Era corpulento, ni muy ancho, ni muy delgado, mas sus músculos eran tensos y fornidos; su espalda era ancha, al igual que su pecho y sus hombros; sus brazos eran curtidos, mas no excesivamente grandes y sus piernas eran fuertes como las de un chasqueador. Dicho hombre poseía un cuerpo denominado "Ectomorph" o también llamado de "Cazador". Además del ya mencionado, existen dos tipos característicos: "Endomorph" o "Vigía" y "Mesomorph" o "Guardián".
Las puertas de la ciudad se hallaban cerradas por orden del concilio. Los motivos eran expuestos en un desgastado y empapado papel.
¡AVISO!
POR ORDEN DEL HONORABLE CONCILIO DE KHORINIS, LAS PUERTAS DE LA CIUDAD PERMANECERÁN CERRADAS HASTA NUEVO AVISO. DICHA ORDEN TAN SÓLO DESEA CUMPLIR LAS DEMANDAS EXPRESADAS POR LA CIUDADANÍA DE KHORINIS ANTE LA INMINENTE AMENAZA.
LAMENTAMOS LOS POSIBLES PERJUICIOS QUE ACAEZCAN SOBRE LOS FORÁNEOS, MERCADERES Y VISITANTES.
Durán maldijo aquel papel como si de obra de Beliar se tratase. Sus desgastadas y raquíticas ropas, con mil y un cosidos, se le pegaban a la piel y absorbían el poco calor que conservaba. Tan solo portaba una camisa corta, unos calzones que le llegaban hasta los tobillos y unas desbastadas botas marrones; a ello hay que añadir una capa con la que se guarecía de la lluvia.
Exploró las murallas de la ciudad y no halló lugar alguno por donde cruzar. Se dirigió a la otra puerta,
la puerta meridional, ya que la de levante se encontraba cerrada, mas ésta se hallaba en igualdad de
condiciones. Tras varios paseos continuó por la senda que, según el epígrafe, conducía al faro. No mucho tiempo después, vislumbró el faro y se aproximó a la puerta del mismo, la cual aporreó varias veces.
-Ya va, ya va- dijo la voz de quien parecía ser un anciano.
Y efectivamente, cuando la puerta se abrió un anciano asomó y agarró a Durán para que entrase.
-Sentaos junto a la chimenea- ordenó el anciano.
Durán se dirigió a la chimenea y el anciano comenzó a rebuscar en uno de los armarios, de uno de los cuales, extrajo unas ropas típicas del lugar. Compuestas por: Una camisa larga blanca de lino, un jubón
marrón, unos calzones largos negros y unas botas largas del mismo color que los calzones. La ropa era usada, mas superaba generosamente a la empleada por Durán.
-Deberíais cambiaros o contraeréis romadizo-
-¿Romadizo?- preguntó Durán no sin cierta incertidumbre.
-Vuestro cuerpo se enfría y enferma, toséis constantemente, sufrís fiebres y si no se os trata a tiempo, pereceis.
-Muy alentador-
-Yo que vos actuaría con presteza- dijo el anciano y acto seguido, subió escaleras arriba.
Durán se desvistió y cambió. Su cuerpo y sus ropas estaban secas, mas sus tripas también. No halló más remedio que subir por las sinuosas y arcaicas escaleras de piedra. Arriba encontró al anciano.
-Hermosas vistas- dijo Durán a modo de abrir conversación, mas el anciano no contestó y permaneció allí, de pie, impasible, observando como el embravecido oleaje golpeaba incesantemente el arrecife.
Durán observaba atentamente su rostro, iluminado intermitentemente por el fuego de la gran hoguera situada sobre un enorme pedestal de piedra maciza, el cual servía de guía a los marineros.
-Aún no habéis mencionado vuestro nombre, señor- Durán dudó un instante, mas prosiguió-. Mi nombre es Durán y os estoy harto agradecido por haberme prestado tan necesitado apoyo.
Durán tragó saliva y se apresuró a bajar por las escaleras. Aunque, de repente, se detuvo, pues el anciano comenzó a recitar un poema.
-Las montañas que me rodean
Los ríos que me bañan
Los que vientos que mi cabello ondean
Los árboles que me cubren
Las plantas que me enmarañan
Los pájaros que a mi paso huyen
Todo ello en mis pensamientos
vuelve y al mismo tiempo se diluye
juegan con mis sentimientos
Sensaciones de alegría y pena
de exaltación y calma
Aghs, tedioso poema
de sentimientos que un día llenaron mi alma
En mi infancia, fantasías y hazañas
En mi juventud, amistades y amores de lo que se idealizan y extrañan
Y ahora, llenan el vacío de mi corazón,
pues mi razón no puede soportar ya esta carga
de una vida que aparentó ser dulce, mas se tornó amarga-
Durán observaba como caían lágrima de los ojos del anciano, mas este no emitía sonido o quejido alguno.
-Si me disculpa, señ...-
-Bien sé que pretendéis acceder a la ciudad- el anciano se giró friamente.-Aunque lo que desconocéis es que no se precisa llave.
La lluvia había cesado, pese a ello, el suelo y las piedras eran resbaladizas como el hielo. Durán se movía presto, mas cauteloso. Aún recordaba las indicaciones del viejo: "Debeis alcanzar el monte conformado por enredaderas, musgo y piedras. Desde allí podréis acceder a la ciudad".
Cuando más subía por las enredaderas y más trepaba por las rocas, más se empapaban sus nuevas ropas. Consiguió alcanzar el punto más alto del mencionado monte. Desde aquella cima, la ciudad tenía la apariencia de estar ardiendo, pues cientos de farolillos, ya fuesen por las calles o las haciendas, estaban encendidos y aunque algunos se fuesen apagando paulatinamente, aún permanecían los de los edificios principales y vías de mayor tránsito.
Llegó al estremo de una abrupta piedra, se agarró por el borde y dio un pequeño salto hasta llegar a una más abajo; la muralla de la ciudad ya era visible. De un momento a otro se oyeron pisadas. Durán se quedó petrificado junto a la roca. Observó que era un hombre de la milicia. Cuando el miliciano retornó a su guardia, Durán se deslizó hasta la muralla; ésta no se hallaba en buen estado, por lo que se desprendió un trozo de la misma y Durán cayó. El milicano al oir tal estruendo corrió hacia allí, antorcha en mano. Al llegar no vislumbró nada, por lo que se serenó y continuó su labor. Durán se agarraba con todas sus fuerzas al extremo de la muralla, haciendo uso de toda su fuerza y voluntad; elevó su cuerpo hasta caer dentro de la ciudad. Aquel lugar parecía un patio y el edificio de su izquierda, un cuartel. A esa distancia se podía oler el mar y el pescado fresco. Bajó por una rampa de piedras enraizadas y llegó a un amplio y oscuro puerto. Una sombra salió de entre la oscuridad para ser iluminada por la luz de la luna.
-Vaya, parece que alguien lo ha conseguido al fin- dijo aquel extraño hombre.
-¿Quién sois?-
-Alguien que está dispuesto a prestaros auxilio a cambio de algunos favores-
-¿Um?-
-Seguidme- el hombre relizó varios gestos con las manos-. Este lugar no es seguro a estas horas de la noche.