Hola a todos
Estuve meditando durante un tiempo y decidí hacer una historia de Gothic.
Esta historia se sitúa e el momento en el que el Héroe y sus amigos parten hacia Irdorath en el Esmeralda.
Espero que os guste
CAPITULO 1 ¡MALDITA SEA!Lord Hagen salió corriendo junto a varios paladines gritando:
-¡Cerdo! ¡Ladrón! ¡Devuélveme mi barco, canalla!
Mientras tanto, el Héroe miraba a Hagen desde el Esmeralda con una sonrisa en su cara.
-¡Atrévete a regresar, so puerco, que te voy a dar un revés cruzado que nos vamos a morir los dos! ¡Tu del golpe y yo de la onda expansiva!-dijo Hagen enfurecido mientras observaba como el Héroe y sus amigos se alejaban de la costa.
-Cálmese señor Hagen-dijo Cedric- Ya volverá...
-¡Maldita sea! Innos¿por qué me haces esto?
-No pasa nada, deje de maldecir y volvamos al ayuntamiento -dijo Ingmar mientras sujetaba con fuerza a Lord Hagen-.
-Vale, vale, ya estoy calmado... venga, vamos al ayuntamiento que todavía hay cosas por hacer.
Por la noche en el ayuntamiento, Lord Hagen, Ingmar y Albrecht discutían la situación.
-Bueno, analizamos la situación: Un puñado de endebluchos nos han robado el último barco de la Armada, en el que se supone que tenemos que cargar dos mil y pico de cajas llenas de mineral...
-Si mi Lord-dijo Albrecht con una sonrisa mal dibujada en su rostro.
-¿Y que hacemos ahora?¿QUE DEMONIOS HACEMOS?
-Resistir con lo que tenemos-dijo Ingmar- Un puñado de hombres armados, unos 50 mas o menos y tres cestitas de víveres donadas por el Barrio Alto de la ciudad.
-Tres cestitas... tres miserables cestitas...
-Si, mire, aquí están -Ingmar levanto 3 cestitas con poca comida-.
-¡Oooh! ¡Que monada!-dijo Albrecht -¡Si vienen con lacito y todo! ¡Anda mira, un jamón!
Lord Hagen miro a Albrecht y dijo:
-Albrecht, voy a ser lo más educado posible...¿PERO TÚ ERES TONTO?
-Solo podemos rezar para que halla un milagro-dijo Ingmar-.
-Tienes toda la razón del mundo -dijo Hagen mientras miraba cabizbajo al suelo-.
Cuando todos los paladines se fueron a dormir y solo quedaba una pequeña guarnición de milicianos despiertos en toda la ciudad, patrullando las calles, Lord Hagen todavía seguía despierto en un taburete del salón del ayuntamiento con la chimenea encendida a un lado y la mesa llena de planos al otro. Cogió su pequeña estatua de Innos, bañada en oro y con preciosos decorados y la puso sobre la mesa, se arrodilló y empezó a rezar.
-Innos, te suplico que me ayudes, o sino mucha gente morirá y esta ciudad caerá en manos de los orcos. Por favor, ayúdame.